jueves, 17 de septiembre de 2009

La respuesta

Mario, sólo tengo dos preguntas que hacerte

Qué hace la doble cruz en tu apellido

También dime, si en verdad estás muerto

Yo no lo creo, no señor,

Soy fiel a la duda del apóstol,

No leer, no creer

Y en tus libros, no he encontrado tu muerte.

Para decir: te has ido, hace falta sentir que ya no existes

Hablar de ti en abstracto

En tono enciclopédico

Quizá volverme experto en enredar tu clara

Horizontal poesía

Hasta volverme loco

Quieto, Mario,

Ya no es hora de que tu voz manifestante

Salga a tomar las calles

Deja en paz esa mancha

Que parece de sangre, nuestra sangre

Esa bondad sonora

en tu verso constante

no pertenece a este lugar absurdo

al final de la fila

donde sólo se escuchan los gritos radicales

desorden que el orden amedrenta.

Mario, dicen que te has quedado sin palabras

Como inerte volumen o mudo manuscrito

arrinconado en el estante negro de un archivo de huesos.

Pero yo no lo creo.

Si te conozco un poco, sólo un poco

Sé que estás escondido a la sombra de un roble

Contemplando la vida amorosa y tremenda

presto a cortar los versos cultivados

en el jardín botánico.

En cualquier parte puedo decir que permaneces.

Te escucho con mis ojos, como dice Quevedo

Al final del poema, donde todos fallecen

Mario, tú alzas la mano y dices: Yo me quedo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Un pozo con fondo

Además de las tomas de Torreón del período revolucionario (1911 y 1913), otro asalto que merece grabarse con letras mayúsculas en el registro de la historia local es La toma del Pozo, ocurrida la madrugada del 20 de marzo de 2008. Esa noche, al amparo de las sombras, elementos de Seguridad Pública entraron al predio marcado con el número 476 de la calle Múzquiz. Con el factor sorpresa como principal aliado, las huestes municipales vencieron la resistencia de la guarnición, conformada por un velador al que sometieron sin gastar un solo cartucho. Al mediodía, los posesionarios del terreno intentaron recuperar el Pozo aliancero con el refuerzo de un abogado, pero la arremetida fue rechazada por los escasos policías que superaban en número al jurista y a los demandantes. Así comenzó la construcción del llamado estacionamiento Plaza Comercial Alianza. El discurso que siguió se manifestó de dos maneras, por un lado, la autoridad municipal declaraba que se había actuado conforme a derecho y por el otro, reconocía que lo más sensato era llegar a un arreglo para evitar que el juicio de amparo promovido por los demandantes interrumpiera la ejecución del proyecto.

Así transcurrieron los meses, y el Pozo fue cambiando su fisonomía, con las rampas y pisos de concreto, con la grúa que se alzaba sobre todos los techos del área comercial transportando materiales y trabajadores. Primero se dijo que estaría listo en abril de este año, luego, que en junio, finalmente, más de un año después, más de 33 millones de pesos después, la semana pasada abrió sus puertas.

En sus orígenes el proyecto integral de rescate del sector Alianza planteaba, además del estacionamiento, la remodelación de fachadas al menos en el perímetro exterior del mercado, otra renovación necesaria para cambiar la avejentada cara de pasillos como el de la calle Viesca, la prolongación Hidalgo o la misma prolongación Carranza, desde el pasado jueves esta última calle es una especie de dos caras, con una acera modernizada por la obra del estacionamiento y la de enfrente que pertenece a otro siglo.

Los comerciantes dicen confiar en que la obra inaugurada les permitirá recuperar parte del terreno perdido en ese proceso de inerme degradación que ha caracterizado a la Alianza en los últimos años y que se agudizó a partir de situaciones fuera de su control: la salida de los camiones Torreón-Gómez-Lerdo en septiembre de 2007, la inseguridad que se robó el ánimo de los clientes que ahora prefieren comprar en otros lados y la crisis económica que obliga a ajustar presupuestos y cargar con bolsas de mandado más ligeras.

Aún así, todavía hay fieles que realizan trayectos tan largos como acudir al mercado desde extremos de la ciudad como el fraccionamiento Santa Sofía, que para mayores señas, se ubica por el rumbo de la carretera a Mieleras en el extremo suroriente de la ciudad. También están los otros fieles, los que bajan o suben a los camiones de Nazareno, Villa Juárez y Jimulco, y que en estas semanas de lluvia pasan volando sobre los pasillos enlodados de la Alianza. No me olvido tampoco de los que tienen su lugar apartado frente a los tacos de hígado de la 5 de mayo, o el pozole en la Múzquiz o el licuado en la prolongación Hidalgo. Hay más, como aquellos que se quedan dormidos en su suelo.

Porque la Alianza es un lugar para estacionarse frente a los puestos de verduras, chicharrones, gorditas, dulces, alimento para mascotas y demás. Que los trabajos se tardaron, pues sí, sí se tardaron, lo mismo pasó en los Paseos Comerciales Cepeda y Valdez Carrillo. Los pretextos son lo de menos, la falta de liquidez, la escasez de materiales, todo eso deja de importar ante lo realmente importante, rescatar ese patrimonio tangible que es la vida del mercado. Que les falta drenaje, pues sí, pero ya tienen techumbre, que les faltan los camiones rojos y verdes, pues sí, pero ya tienen estacionamiento, que muchos clientes se fueron, pues sí, ahora hay que pensar el modo de hacerlos regresar, tarea que no será sencilla.

Sí hay algo seguro es que el sector Alianza seguirá cambiando, con la Harinera inaugurada esta semana se dio otro paso, con el sistema vial vendrá otro.

En esos pasillos y locales destinados a la economía del día a día, se escriben historias alegres, tristes, graciosas, incluso épicas como la que hoy recordamos: la toma del Pozo, un capítulo más de la belicosa vida en la ciudad.

martes, 1 de septiembre de 2009

Gracias por el agua

La risa que desfigura el rostro y regocija el alma y la capacidad de pensar antes de cometer el mismo error son atributos que distinguen a los seres humanos de los animales. Yo agregaría otro elemento distintivo: el agradecimiento, el reconocer la buena acción, el favor que nos hacen, es sencillamente invaluable. Ayer tuve la oportunidad de ejercitar esa virtud. Salí del café cuando la noche y la lluvia ya se habían combinado para ofrecer unas horas frescas y oscuras a esta ciudad levantada sobre polvo caliente. Al principio, me enfadó la idea de conducir sobre el pavimento mojado, tan proclive a accidentes.

Subí al carro, que es de todos ustedes, y tomé la calzada Colón. Las luces públicas destellaban sobre el arroyo vehicular, reflejadas en los charcos que se forman principalmente a junto al camellón. Temeroso de que las llantas patinaran no levanté el velocímetro más allá de los 60 kilómetros por hora y mi recompensa por tan cobarde acción no tardó en llegar. En el cruce con la avenida Matamoros, una camioneta se pasó el semáforo que, enojado, le pintaba el alto. Ese fue el primer gracias, muchas gracias de la noche, porque los charcos me habían convertido en esa especie de conductor que intentan forjar los maestros de las escuelas de manejo y las personas que examinan a los solicitantes de licencias tipo a, para automóviles particulares, el conductor cauto que respeta los límites de velocidad y maneja a la defensiva.

Luego, sobre el bulevar Independencia, me dieron ganas de fumar un cigarrillo, un mal hábito que reconozco y trato de dejar 500 o 600 veces al año. Aprovechando que en ese instante la lluvia era mínima, baje la ventanilla. Apenas había dado dos fumadas cuando un automovilista preocupado por la salud de mis pulmones pasó a toda velocidad, levantando una ola que me regaló momentos de frescura inolvidables, y apagó el rubor de mi tabaco. Gracias, muchas gracias.

Cuando llegue a mi barrio, que se llama El Tajito, La Fuente, La Lázaro Cárdenas, da igual, en todos lados el barrio hace agua, pensé contemplar una hermosa región de lagos. El líquido estancado en las calles le daba un toque campestre que tanta falta le hace a mi querido barrio. Debo reconocer que tuve miedo, pesimista como es uno. Por un momento contemplé la posibilidad de que se mojaran los cables del motor. Me veía empujando mi carro con los pantalones arremangados y la falta de aliento característica de los fumadores.

No podía estar más equivocado, fue, y no temó otorgarle ese adjetivo, una experiencia placentera, al entrar al agua, me imagine como un aventurero a bordo de una lancha de motor avanzando hacia el horizonte, ese lugar donde el cielo se funde con el mar de manera que uno no sabe donde empieza uno y donde acaba el otro. Gracias, pensé emocionado, muchas gracias. Como todo lo bueno, esa fantasía terminó un par de cuadras después.

Estaba a punto de llegar a mi casa, que es la suya también, cuando mi peor temor se hizo realidad, al intentar aplicar los frenos, las llantas patinaron, ya me veía arriba del cordón, con el cofre impactado en un árbol o en un poste de luz, la cabeza sangrante después de impactarme con el parabrisas, entonces lo increíble sucedió.

Como algunos peces que se valen del camuflaje y la paciencia para alimentarse, un pozo en el pavimento, disimulado por una capa de agua, se tragó una de las llantas, deteniendo al instante el rumbo de colisión de mi auto. Otra vez dije gracias, muchas gracias, a todos los gobiernos que han dejado para después la construcción de un drenaje pluvial en mi Torreón. Solamente espero que alguno de ellos me responda un día, no hay de queso, nomás de papa.