martes, 27 de abril de 2010

Lectura y locura (Cuarta parte)

En la secundaria las palabras caían como la gota categórica de Velarde, una cada cierto tiempo, nunca juntas y en su mayoría eran vertidas con el objetivo fundamental de conquistar a una
muchacha. Ejemplo:

El dinero va y viene / el amor se detiene / donde existen dos almas confundidas.

Sean comprensivos con estos versos, si los comparto es con un fin meramente expositivo, fueron escritos para una niña que conocí durante unas vacaciones en el recóndito pueblo morelense de mis abuelos. Ella tenía once años, rostro circular y moreno, pelo recogido, cejas espesas, ojos oscuros como cuevas que guardan el tesoro del sosiego, sonrisa elemental como arco lumínico de la epifanía. Cuando nos despedimos le entregue un quisiera-llamarlo-poema redactado con lápiz en la hoja de un block taquigráfico. Luego me subí a la caja de la camioneta; el vehículo la fue empequeñeciendo y mientras su expresión se tornaba ilegible, mientras su adiós aumentaba la necesidad de juntar nuestras manos, abrazarnos y compartir alientos, supe que siempre la amaría, mi pequeña morena cuyo nombre he perdido, seguro lo recordaré de un momento a otro, mi pequeña que llevaba en la piel la fuerza del sol sobre los campos de flor de calabaza, la aspereza de suelo de las calles rurales, la fresca pureza de los ojos de agua, qué tonto fui, nunca le pregunté si sabía leer. Esa duda me atormentó en el trayecto hasta la central camionera de Cuautla y el martirio se prolongó más de 19 días y 500 noches. Qué injusta es la memoria, el nombre de mi pequeña amiga se materializa en el sueño, se difumina en la vigilia y en su lugar persiste la duda enfermiza que empaña su recuerdo.
Hoy día, sigo escalando la montaña mágica del quehacer literario. En el camino me he detenido muchas veces a contemplar las huellas de colosos como Hesse, Dante, Borges, Shakespeare, Neruda, Dostoievski, Sabato, Vargas Llosa, tantos, tantos y a la vez tan pocos. Cuando empecé a escalar formaba parte de una expedición de cuatro boy scouts. Pensaba que ese grupo unido con el pegamento de la amistad y el gusto por la poesía era indivisible. La vida se encargó de corregirme. Ahora soy el único que persiste en sus afanes. La cima está lejana, comienzo a sospechar que la existencia de cualquier cima no es otra cosa que una fantástica mentira, un cuento para hipnotizar a niños crédulos y mantenerlos callados durante un viaje en tren. Alzo la vista, sólo distingo mi ceguera de nubes omnipresentes, de ventiscas tronantes. Mi cuerpo hace tiempo que dejó de sentir frío, no supe cuando ocurrió tal prodigio, tampoco importa mucho. Avanzo, creo avanzar, creo que sigo ascendiendo, confío mi destino a la voluntad, palanca intangible que puesta sobre la base de la imaginación pretende mover, o en este caso escalar, una piedra inverosímil, una montaña mágica. De cuando en cuando encuentro un rastro y eso me anima. La última huella perceptible, tan honda y prematura como su muerte por insuficiencia hepática dice: Roberto Bolaño was here. Apenas ayer recogí el campamento tendido alrededor de sus detectives salvajes. No sin angustia retomo el paso, como peregrino perdido en algún punto del laberinto sin orillas, el desierto para mayores señas. Entre todas las ideas que retumban en mi cabeza amoratada, distingo una pregunta del buen Jaime, ¿por qué escribes? Una voz pequeñita, distinta a la mía ¿o es la mía?, ¿soy yo este que desconfía del yo y del mío?, no lo sé, no lo sé, pero la voz diminuta… ¿Qué dice?, ¿quién?, ¿Jaime?, no, la vocecita, ah, responde: Escribo porque leo, no encuentro, ni busco, ni quiero, otra respuesta.

jueves, 22 de abril de 2010

Lectura y locura (Tercera parte)

Así como un ladrón o un político se perfila desde temprana edad para comparecer ante el tribunal de justicia o ante el congreso de representantes, el niño que fui y del que aún conservo ciertos rasgos como el nombre o memorias cada día más escazas, descubrió el mundo de las letras a través de un género tan divertido como carente de profundidad: las historietas. Simón Simonero, Video Risa, Karmatron y los Transformables, títulos que en su momento constituyeron un paraíso recurrente en el imaginario infantil de este relator de ocasión, por paraíso quiero decir que la imaginación comenzaba a piar. ¿Cómo no maravillarse ante un personaje bautizado en la pila del sarcasmo con el nombre inefable de Cácaro Churromayor? Recuerdo vagamente un par de ejemplares de Video Risa: El Auto Inservible (parodia del Auto Increíble) y El Chichicuilote Vengador (parodia de Batman). Un primer acercamiento con las metáforas proviene de esas páginas. Cuando los escritores querían representar el mal estomacal de un personaje el globo de diálogo mencionaba que era víctima del retortijon aguacatoso; cuando querían subrayar que el héroe golpeaba con fuerza superlativa la mandíbula de varios enemigos explicaban que había hecho un rompedero de océanos.
Mi padre, que en paz trabaje, era partidario de otro tipo de literatura barata: las revistas de Sensacional de Traileros, Sensacional de Luchadores y demás publicaciones igual de sensacionales entre las que se colaban números de El Libro Vaquero y El Libro Semanal, la favorita de mi madre. Relatos de machos al volante y gallardos enmascarados dedicados a salvar hermosas mujeres con caderas alucinantes y cinturas imposibles; westerns de bolsillo que se inspiraban, lo supe cuando ya tenía recorridos muchos kilómetros de celuloide, en los afanes justicieros y las tropelías de John Wayne, Lee van Cleef, Burt Lancaster; aventuras amorosas en las que el engaño, la diferencia de clases, los compromisos sociales y demás inconvenientes ponían a prueba el amor de los protagonistas. A la distancia resulta inútil dilucidar qué maquinación del hado, qué error de juicio de mi padre, qué oferta temporal en el local de Revistas Arturo, lo hizo llevar hasta la mesa del hogar varios números de una historieta sin héroes extraídos de la arena o de la cabina de un Dina doble caja: Joyas de la Literatura. Lo increíble de esa publicación es que bastaban 35, quizá 40 páginas ilustradas, para que Dante recorriera el camino desde la puerta donde se abandona toda esperanza, hasta la visión de Dios. Además del florentino, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Edgar Allan Poe, Teófilo Gautier, eran otros autores resumidos con una economía desmedida, más parca que la muerte instantánea.
Esas lecturas me subyugaron antes de cruzar el umbral de los diez años. En ese periodo leí mi primer libro, el único libro que tengo la certeza de haber agotado antes de los 13 años, una antología con el título de: Las cien mejores poesías de amor. El embeleso se hacía notar desde el retrato de una rosa en la portada. Ofrezco la siguiente prueba: con motivo de un diez de mayo en la Primaria Activo 20-30, la maestra Lupita organizó la representación de “El brindis del bohemio”, texto que conocía por la citada antología. No me sorprendí cuando me dieron el papel de Arturo, poeta puro de noble corazón y gran cabeza. Debo reconocer que gustosamente habría alzado mi copa por Europa.
El siguiente descubrimiento fue consecuencia de aquella novísima adicción a las letras. Todavía en la primaria, mi hermano, tres años mayor y a la sazón estudiante de secundaria, dejó a la vista su texto de español. Era un libro hecho con los materiales más nobles que pueden encontrarse: el papel revolución raspaba las huellas dactilares despojándome de mi identidad al darle vuelta a las páginas; la tinta negra configuraba sobre las hojas estampidas de signos que recorrían las más de 200 llanuras de contenido revisado y actualizado; rostros desconocidos custodiaban columnas de letras que, luego entendí, eran estrofas conformadas por versos, versos terribles que ni la exposición cotidiana al televisor ha podido curar:
“…goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.”

Fragmento del soneto Mientras por competir con tu cabello de Luis de Góngora

Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectadas,
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban,
Y eran una,
Y eran una,
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga...

Fragmento del Nocturno III de José Asunción Silva

Me trajo Mara Mori
un par de calcetines,
que tejió con sus manos de pastora,
dos calcetines suaves como liebres.
En ellos metí los pies
como en dos estuches
tejidos con hebras del
crepúsculo y pellejos de ovejas.

Fragmento de la Oda a los calcetines de Pablo Neruda

Después de leer esos poemas la suerte estaba echada, la imaginación extendió sus alas y comenzó a cantar.

miércoles, 21 de abril de 2010

Lectura y locura (Segunda parte)

Imaginemos que hacer literatura es recorrer una brecha nevada que conduce a la cima de una montaña mágica. Esa brecha ha sido recorrida infinidad de veces por un número también indefinido de alpinistas, algunos de ellos auténticos colosos que han dejado sus huellas como indicando la ruta a seguir. Los que empezamos a hollar la brecha somos como niños que juegan a llenar los zapatos de Pie Grande. Vamos dejando sobre el sendero blanco pisadas ligeras, torpes, desorientadas, que incluso vuelven sobre sus pasos al darse cuenta de que el viento más suave las borra fácilmente. Conforme logramos avanzar, nuestras huellas van ganando peso y longitud, adquirimos de a poco la experiencia del rastreador, aprendemos a reconocer las pisadas duraderas distinguiendo su contorno y profundidad con la esperanza de que un día nuestra marca sea tan honda y expansiva como la de aquellos colosos que nos precedieron. Si bien el ascenso es el mismo para todos, los felices finales de la travesía son muy distintos, aunque guardan ciertas similitudes. Un buen número de excursionistas se aburre luego de permanecer cierto tiempo en la montaña, diversos factores como el cansancio o la falta de oxigeno contribuyen a volverlos descuidados y no tarda en aparecer la desesperación que los invita a saltar de una piedra a otra sin las debidas precauciones, piensan que de esa forma avanzarán más rápido y se dan cuenta de su error cuando ya la gravedad los empuja hacia abajo, hacia una red de piedras afiladas, nada que valga la pena contar a los amigos. Otro grupo es el de aquellos que terminan congelados en algún punto de la escalada, con sus cuerpos contraídos como fetos de roca, vencidos por el frío de la intemperie que ha sustraído hasta el calor de sus células. Los últimos destellos de su esfuerzo transcurren dentro de una mezcla líquida de oscuridad y claridad, reveladora como la combinación del metol y la hidroquinona. Ese coctel de contrastes les permite descubrir en el negativo de sus vidas como las críticas ventiscas, con su hielo y su malignidad, eran en realidad señales de advertencia que, simples mortales incapaces de ver más allá de su narcisismo, desatendieron una y otra vez. ¡Son tantos los obstáculos que de un momento a otro aparecen! Los aspirantes de montañero más sensatos simplemente dan la vuelta y regresan a casa a recuperar sus vidas, su salud mental y hacer algo de dinero, sin dejar otro testimonio que el fracaso anónimo. Cada intentona falta de talento, disciplina o suerte, contribuye a mantener visible el sendero trillado que se torna agreste y sin marcas evidentes cuando comienzan las verdaderas complicaciones, las que ponen a prueba el talante, las condiciones y sobre todo la honestidad del aventurero.
Un escaso número de exploradores sobrevive o mejor dicho supera las fatigas, se sobrepone a la enfermedad, conserva pues en la bolsa del corazón el calor suficiente para acceder a la cima de esa montaña mágica donde cuenta la leyenda que la roca ya no es roca, sino cielo, y la vista no es la vista de nuestros ojos sino la visión de Dios, entendido como el gran arquitecto, un Borges cualquiera, el Maradona o Messi de las letras, la perfección de un estilo.
El peor enemigo del aprendiz de escritor no es ni la pobreza de recursos, ni el bloqueo mental ni la carestía de cigarros. En la competencia por la estatuilla para el mejor villano el escepticismo lleva todas las de ganar. Ese descreer en lo que uno hace y deshace, el martilleo de la duda en cada letra, silaba, palabra, puntos y comas sin otro respaldo que el propio aliento, el propio aliento que acarrea el tufo malhechor de un ritmo irregular, un ritmo irregular que se vale de chapuzas literarias, llámense licencias, llámense figuras, para infundir en el texto vida artificial, vida artificial que aparece en nuestra cotidianidad como los golems, sólo que en vez de hechicería es técnica, técnica de los ritmos, preceptiva literaria, la que anima y mueve esa creación sin alma, no el misticismo de la perspectiva poética, autentica ciencia de la vida entendida como asociación de carne y espíritu, la voz de dios y la voz del diablo soplando la copa del árbol del conocimiento, uno para tirar los frutos y acelerar su muerte, el otro, para esparcir la semilla en todas direcciones.
Quisiera compartir con ustedes muchas cosas, pero a últimas fechas las palabras “yo” y “mío” no me dicen nada, no encuentro razón de peso ni causa definitiva que las justifique. Lo mío es mío y lo tuyo, tuyo; mi yo que piensa, mi yo que siente, mi yo que es mío; si esto fuera una borrachera esas frases serían el equivalente a vasos vacíos, no les encuentro sentido ni razón, solamente debilidades, el egotismo y sus ramales diversificando la capacidad de auto elogiarse, auto censurarse, auto afligirse, auto motivarse, de andar en auto móvil y auto inerte a cada rato, cada día, toda una vida, y sin arrepentirse, al final de la singladura, de otra cosa que no sea haber desperdiciado tanto tiempo en los demás. Nada es de nadie, la poesía pertenece a quien la necesita, mis palabras solamente son una forma de decir: se ha escrito algo, ¿es bello o no?, qué importa. Si una obra es horrible, los horribles gustarán de ella, se reconocerán a sí mismos en ella, la amarán y el nombre del autor, en cursivas bajo el título, poco o nada tendrá que ver con ese proceso; si la obra es sublime, apenas dos o tres personas serán capaces de afirmar: la comprendo a cabalidad, y el autor honesto no podrá menos que omitir cualquier comentario público sobre aquellas personas a las que íntimamente considera prepotentes y falsas. Tampoco encuentro provecho alguno en hablarles de “mi experiencia”, de lo que “yo viví”. Apenas soy capaz de balbucir aproximaciones cuya intención es relatar “una experiencia”, “algo que se vivió”. El único compromiso que acepto es el de hacer este trance lo más llevadero posible.

domingo, 18 de abril de 2010

Lectura y locura (Primera parte)

El espíritu es un globo terráqueo; la superficie de sus regiones habitables, lista para el arado, brilla de un modo uniforme; tiene montañas significando las alturas que podemos alcanzar, y sus nubes son una invitación permanente a convertirnos en pájaros. Las noches del espíritu nos muestran el espectáculo de una bóveda infinita, el universo creado más allá de su propia conciencia. Las horas de luz representan la acción, el trabajo aplicado, la tarea primigenia de conocer y conceptualizar lo que nos rodea.
Una franja del espíritu pertenece a la memoria, el rompecabezas de los fantasmas personales, campo de tumbas abiertas donde yace la descomposición de los días, restos palpables, polvo enamorado. Otra extensión de tierra constituye el feudo de la razón. Sus provincias principales son la deducción, la inducción, la inferencia, procesos cognitivos que sustituyen a los juegos de la infancia. Memoria y razón, superficies limitadas, puertos seguros rodeados de vastos océanos cuya insondable profundidad nos asusta a tal grado que preferimos construir barcazas para flotar por encima de su nivel, antes que zambullirnos en sus aguas. Del mismo modo, sabemos que el espíritu tiene un centro, pero no somos capaces de afrontar el trabajo, digno de las hazañas impuestas por Euristeo a Heracles, de asomarnos a ese corazón capaz de sufrir y de gozar, y cuyas palpitaciones más fuertes engendran terremotos, tsunamis, fenómenos impredecibles, devastaciones ejemplares del ánimo que invitan a reflexionar, deprimirse y ¿por qué no? gozar del espectáculo.
El centro del globo espiritual está rodeado por diversas capas de materiales y en esos estratos se forman cavidades que almacenan dos sustancias capitales y no renovables: la imaginación y la voluntad. La imaginación es líquido claro y bondadoso, lo que también quiere decir fecundo, elemento cuya influencia llega a la superficie y al entrar en contacto con cualquier semilla produce flora y fauna, por mencionar dos ejemplos innumerables. La voluntad es negro combustible, gruesos conductos lo conducen hasta la cima de una torre de excavación con destino a los hornos diseñados para extraer su energía. Una vez depositado en la base de los cuartos de calderas, sus manifestaciones principales son el humo y las cenizas que escapan de largas chimeneas anunciando, como campanas oscilantes, por un lado, progreso y por el otro, destrucción.
Llegados a este punto, dejemos de lado la descripción terráquea del espíritu y ocupémonos del proceso creativo, pues hemos dado con las piedras angulares que sostienen las obras del creador, las zarzas ardientes que inauguran el camino del profeta, a partir de ahí todo será edificar y predicar.
La imaginación es el grillete que nos mantiene largo rato, ya sea sentados o de pie, contemplando aquellas obras que conmueven, estremecen o reconstruyen nuestro entendimiento a fuerza de abofetearnos el alma con sus dones. La segunda es la capacidad para idear un mundo aparte y poblarlo, pero no con piedras corrientes y animales obtusos, sino con entidades dotadas de una singularidad extraordinaria (el mineral valioso en su escasez o en su capacidad de producir calor; el cuadrúpedo hábil en la obtención de su alimento y a su vez proveedor de sangre caliente para otras especies), conceptos partidarios de la precisión y de los limites. “Será para mí como un dios quien pueda dividir y definir rectamente” decía Platón. La tarea de crear universos tangibles como la percepción, infinitos como la conjetura, requiere deificas cantidades de imaginación y voluntad. No estamos hechos para la eternidad pero la mezcla de esas dos facultades da pie a lugares comunes como el David de Miguel Ángel, la Divina Comedia de Dante, Los Zapatos Viejos de Van Gogh, la Quinta Sinfonía de Beethoven, moldes perfectos, irrepetibles. Los practicantes de tal o cual arte, tarde que temprano ponen la mira en superar lo precedente, anhelan un lugar dentro del escaparate de los grandes creadores; sin embargo, no tardan en darse cuenta de que adjetivos como ingenuo y desproporcionado calzan muy bien con su propósito.

viernes, 16 de abril de 2010

¿Por qué leo? ¿Por qué no?

Les ofrezco una síntesis de la plática-lectura desarrollada en el taller del Chanate en Matamoros 539 oriente este jueves 15 de marzo.
¿Por qué Leo?, la mesa redonda organizada por la coordinación de literatura del Icocult Laguna comenzó con las palabras de bienvenida a cargo del chanate mayor Miguel Canseco y la institución lagunera que responde al nombre de Jaime Muñoz Vargas. Fue, en términos de los dos presentadores, una inauguración literaria del nuevo domicilio del taller, con mensaje social incluido, toda vez que los horarios de las actividades sufren el recorte impuesto por la prudencia.
La primera en saltar al ruedo fue Angélica López con el recuerdo de sus primeras grafías vinculadas al graffiti. Luego se remontó al descubrimiento de las malas palabras como seres negativos, demonios que se limpiaban con el enjuague bucal de agua y jabón. “Pinchi” un simple vocablo y a la vez un acto de rebeldía, un sacrilegio. Pronunciar malarazones era un acto abominable, peor que jalarle la trenza a la hermana. Luego, el descubrimiento de Herman Hesse y su Lobo Estepario. La influencia de Mujercitas, inconscientemente una razón para empezar a escribir tan tarde. El libro Pregúntale a Alicia, diario de una joven drogadicta, puso sobre la mesa lo difícil que a veces resulta distinguir libros que sí y libros que no. Confesar que se ha leído tal o cual obra es también un acto de contrición. Escribir, una forma de contar mentiras sin temer a la censura.
Daniel Maldonado se remite a la casa del abuelo. Un tío que estudiaba en Ciencias Políticas fue el puente hacia la literatura, tenía guardados libros, la Divina Comedia entre ellos. El infierno de Dante le causó pesadillas. Luego, entró en la Casa de la Cultura de Torreón, ahí le regalaban libros gratuitos de la SEP. Tuvo la fortuna de que su madre lo llevaba mucho al teatro y al cine. Desde la infancia su contacto con la diversidad cultural fue afortunado. Otras lecturas: los cómics. En sus páginas conoció obras clásicas como Ivanhoe o Robinson Crusoe. También era asiduo a los relatos del Pato Donald y demás prole de Disney cuyo encanto se desmitifica posteriormente. La secundaria le presentó a Neruda y Sor Juana. La lectura en voz alta lo incluyó entre sus adeptos. Dato curioso, en segundo grado de secundaria, le encargaron hacer una historia, pero nunca quise inventarla, por ello, se fue a extraordinario. A los 21 años empezó a escribir poesía. Una mujer le brindó la epifanía, le despertó al poeta. Trabajaba en un hotel y el horario nocturno le permitía pernoctar con el gusto de la lectura. La necesidad expresiva sin lecturas, es una casa sin cimientos. Escribir es reflejar una visión del mundo. Asegura ya dejó atrás al escritor que sólo realiza su labor para la satisfacción personal, ahora, la misión es comunicar y a través de la letra, develar los mecanismos de control que se ejercen sobre la gente, develar las circunstancias, atacar los problemas sociales. “También se cantará sobre los tiempos aciagos” dice citando a Bretch. Trascender el egoísmo y brindar el conocimiento es su objetivo, dejar atrás al maldito y darle lugar a la empatía, recuperar la conciencia y modificar el ambiente criminal en que vivimos son algunos de los demonios con los que convive Daniel.
Antes de cualquier experiencia, Ivonne comparte la duda del pavorreal, ¿Qué es eso que se oye? Sí, un pavorreal. Trata de rescatar lo decisivo que hay en ella para responder a la pregunta de ¿Por qué leo? Su madre leía todo el tiempo, es su primer recuerdo relacionado con los libros. La ve sentada en el sillón de la sala, durante mucho tiempo ignoró que la principal actividad, si se le puede llamar de ese modo, de las personas por la noche es ver televisión. No entendía que hacía su madre hasta que empezó a leerle cuentos, cuentitos de Disney. Cultivo en ella y en su hermana el hábito de la lectura. Escribir para expresar. Sobre una hoja comenzó a imitar las figuras de los libros, que resultaron ser letras. Su primera consumición de literatura ocurrió en la primaria. Fue un cuento de Julio Cortázar. Los libros de la primaria le parecían fabulosos, recuerda el título: Carta a una señorita en París. Todavía espera conocer a alguien que vomite conejitos. Comprendió que había otros mundos a los cuales podía acceder a través de la escritura. Para un diez de mayo, decidió hacerle un libro a su mamá. Lo escribió en hojas de máquina. Reconoce que la prosa no se le da mucho. Cuando tenía once años llegó a sus manos una obra fundamental, la primera novela que leyó y que sigue leyendo: Cumbres Borrascosas. Aunque no se le da la narrativa, algún día quiere hacer algo como ese libro.
Miguel Morales marca en su mapa vital un primer acercamiento a la literatura a través de la recitación de poemas de Benedetti y León Felipe. Con el acompañamiento del pavorreal comienza su discurso. Piensa voces, pasos de gente que se acerca, murmullos, ciudades, el espejo de la memoria le muestra El llano en llamas y a Pedro Páramo. Envidia a quienes no han leído a Juan Rulfo, porque la primera lectura no se compara con las sucesivas, sobre todo porque se pierde la sensación de que estás recordando algo olvidado. En el encuentro del lector con el libro se descubre la poesía, las palabras respiran. Lo pusieron a escribir Macario y El llano en llamas. Esos cuentos de la secundaria marcaron su adolescencia. A los compañeros de clases les ponía de apodos los nombres de los personajes rulfianos. Confiesa que una vez declamó el poema Te quiero de Mario Benedetti, se agarró los codos y luego abrió los brazos al infinito, todos se destornillaron de la risa. Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío. Considera de vital importancia desmitificar el acto de leer. El juego tiene una importancia vital. El gusto por la lectura llega por contagio. Hay que conquistar espacios para la lectura en voz alta, y para ello, se requiere que padres de familia, bibliotecarios, padres de familia, mediante un método multidireccional, participen del fomento a la lectura en los niños y jóvenes. Termina por afirmar que los textos de Rulfo son sus mejores compañeros de andanzas, sus mejores amigos.
Esto fue a grandes rasgos el contenido de la mesa ¿Por qué leo? organizada por la Coordinación de Literatura de Icocult en el nuevo domicilio del Taller del Chanate. Falta el testimonio de Daniel Herrera, por azares del destino me tocó compartir con él la última ronda de la mesa y no consideré prudente ponerme a teclear a su lado por temor a distraerlo a él o a la concurrencia.
El texto que leyó su servidor aparecerá en este blog en varias partes dada la extensión que guarda.

miércoles, 14 de abril de 2010

El “Maxi” Arellano apagó al TSM

Santos y Monterrey dieron espectáculo. Darwin hizo el suyo aparte. El empate a uno se quedó corto.

Sobre el minuto 85, Jesús Arellano hizo el gol que repartió puntos.

Torreón, Coah. 14 de abril. Era uno de eso partidos que no se podían perder y no se perdió pero tampoco se ganó. El Monterrey demostró por qué es serio aspirante a revalidar el título del pasado torneo. El Santos volvió a demostrar que en los juegos importantes le faltan dos tazas de carácter y una pizca de suerte. El partido fue de alternativas, la pandilla regia salió a ganar y los guerreros estaban de locales. Si bien el primer tiempo fue bueno, el segundo se llevó las palmas. Peralta se reencontró con el gol y el “Maxi” Arellano hizo un golazo de esos que a todos los porteros les sucede cuando mucho una vez en la vida, claro a menos de que se apelliden La Volpe o Sánchez.
Bastaron cinco minutos del complemento para que Darwin se metiera en la piel de Dos Caras, el enemigo de Batman que toma decisiones con base en una moneda con una cara limpia, para elegir las buenas acciones, y otra marcada, para decantarse por las villanías. Esta noche, todos su volados lo convirtieron en el villano. El colombiano sorprende con su capacidad para mandarla fuera o sacar tiros chorreados. Tuvo dos balones de frente al arco, en su primer intento la bola acaba rodando, como si fuera un dado, hacia las manos del portero; en el segundo, la agarró sabroso, tan sabroso que hicieron falta los porteros de la grada para detener el curso del balón. Ver los fallos de Darwin es un espectáculo aparte.
El Monterrey jugó como el mejor equipo del torneo y por varios minutos no se sabía cuál de los dos conjuntos salió de local. Como con ganas de pararle su carro, el Santos reviraba pero enfrente se encontraba un mediocampo ordenado y una defensa pertrechada. Los regios abrían el juego, mandaban constantes centros al área y Baloy se vio solvente como para pagar la deuda que tiene con el equipo.
Luego de los bloppers de Darwin, el “Cepillo” Peralta se recupero de su anemia goleadora. El balón corría en dirección al córner y le cayó a la zurda. Oribe, en lugar de arrinconarse como suelen hacer tantos jugadores, marcó el recorte y se quitó al primero, otro defensa le hizo la pared y lo dejó pasar. Con el balón a modo y la pierna cargada, Oribe la puso raso a la derecha de Jonathan Orozco y alzó los brazos como diciendo “claro que las puedo”.
Vucetich, el técnico regio, fue a por todas para recuperar el resultado. Arellano y de Nigris saltaron al campo. Al 58 la Pandilla demostró que Oswaldo todavía tiene reflejos, y lo hizo con remate de Carreño que Sánchez sacó de un manotazo. Al córner siguiente el balón se paseo a un metro de la línea de gol, dos regios la encontraron, pero se escalonaron lo suficiente para estorbarse y malograr la chance.
Animado con su anotación Oribe se sintió tijera y se puso a recortar y recortar hasta que cualquier solución, pase o disparo, resultaba imposible. El equipo rayado mantuvo su postura de pegar y pegar como los boxeadores diestros en minar la resistencia del rival. Fue un periodo de tenso reposo en el partido. El visitante lanzaba sus embates, y sus jugadores se pusieron a hilvanar jugadas como si fueran virtuosos de la estrategia, pero la contundencia no estaba sobre el campo.
Romano preocupado porque el escenario de defender ante un equipo con alternativas, equilibrio y pocos errores, no es el más conveniente para el cuadro guerrero, todo dientes adelante y cola amistosa atrás, recurrió a la fácil, sacó a Darwin “Dos Caras” y metió al “Kanu” Santiago. El ataque lo resintió, la defensa se vio aliviada, pero, el golpeteo del rival preparaba lo previsible, tanto que llegó de un modo sorprendente.
Corría el minuto 86 cuando Oswaldo se quedó mudo y un balón que podía haber llegado fácilmente a sus manos fue despejado de cabeza por Lacerda. La de gajos salió bombeadita hacia los linderos del área, justo hacia la paciencia de un Jesús Arellano, que de seguro vio muchas veces el gol de Maxi Rodriguez para eliminar a México en los cuartos de final de Alemania 2006, sólo le faltó pararla con el pecho. El veterano jugador la empalmó de derecha y apagó todo el jolgorio del TSM con ese disparo que pegó en el palo derecho de Oswaldo antes de regalarse a las redes y decretar el empate a un gol.
El Santos sigue estancado en su camino a la liguilla, la mejor noticia de esta jornada para los laguneros es que sus dos rivales directos (Cruz Azul y Pumas) tampoco ganaron. El Monterrey dejó sobre el césped del TSM uno de esos recuerdos que ojalá tuvieran la firma de Ludueña, Vuoso, alguien de casa al menos.

lunes, 12 de abril de 2010

¿Por qué escribo?

Mesa Redonda
"¿Por qué escribo? Cuatro escritores laguneros cuentan su niñez"
15 de abril. 20:00 horas
Taller de gráfica El Chanate: Av. Matamoros # 525 Ote.
Entrada libre


Este es un fragmento del texto que preparé para el próximo miércoles.

Lectura y locura

El espíritu es un globo terráqueo; la superficie de sus regiones habitables, lista para el arado, brilla de un modo uniforme; tiene montañas significando las alturas que podemos alcanzar, y sus nubes son una invitación permanente a convertirnos en pájaros. Las noches del espíritu nos muestran el espectáculo de una bóveda infinita, el universo creado más allá de su propia conciencia. Las horas de luz representan la acción, el trabajo aplicado, la tarea primigenia de conocer y conceptualizar lo que nos rodea.
Una franja del espíritu pertenece a la memoria, el rompecabezas de los fantasmas personales, campo de tumbas abiertas donde yace la descomposición de los días, restos palpables, polvo enamorado. Otra extensión de tierra constituye el feudo de la razón. Sus provincias principales son la deducción, la inducción, la inferencia, procesos cognitivos que sustituyen a los juegos de la infancia. Memoria y razón, superficies limitadas, puertos seguros rodeados de vastos océanos cuya insondable profundidad nos asusta a tal grado que preferimos construir barcazas para flotar por encima de su nivel, antes que zambullirnos en sus aguas. Del mismo modo, sabemos que el espíritu tiene un centro, pero no somos capaces de afrontar el trabajo, digno de las hazañas impuestas por Euristeo a Heracles, de asomarnos a ese corazón que, como el nuestro, debe sufrir y gozar, y cuyas palpitaciones más fuertes engendran terremotos, tsunamis, y demás fenómenos impredecibles...

(El texto completo, el próximo jueves a partir de las 20 horas)

domingo, 4 de abril de 2010

Lenta brisa de acero

 
Pues otra foto del poniente de Torreón, esta vez con el logo de la Union Pacific, mítica compañia promotora de westerns.
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