domingo, 17 de abril de 2011

El arte de comer perro

   Al  verlo, ahí enfrente, esperando a que comience la función, pienso que se trata de un trovador despistado que no recuerda dónde ha dejado recargada a su amiga de cuerdas y madera y con eso retrasa el inicio del concierto.
El cabello largo y en descuido no alcanza para disimular a la amplía frente que tiene en el armazón de los anteojos otra inútil manera de ocultarse.
La nariz es el primer gran aviso de la presencia de un espíritu crítico[1], es imposible imaginar que esa nariz chata pueda olfatear algo más que problemas.
Los ojos van de un lado a otro midiendo el terreno al que llegará su voz; siempre inquietos, siempre vivos, atisban, interrogan, crean grandes conspiraciones y, aún abiertos, sueñan conflagraciones.
Al verlo, sentado al centro de la mesa de presentación, espero que, de improviso, aparezca la amiga que ha acompañado en sus andanzas a los nombres ilustres del canto nuevo.
Las palabras llenan el recinto con los agradecimientos y alabanzas de rigor; las felicitaciones provienen lo mismo de la izquierda que de la derecha porque a final de cuentas quienes las pronuncian están unidos por un mismo eslabón: el ideal de lo socialmente responsable.
Apenas habla el artista invitado y las mentes en el público cambian de canal;  hay quienes se  desperezan y desesperan al instante; otros, que se agrandaban en sus asientos, se reducen al papel de meros espectadores; los que aparecían como las víctimas de una mañana aburrida de trabajo se convierten en devotos de un credo harto simple y a la vez complicado; es simple porque el exterior  del discurso que nos comparte Andrés Arturo, el trovador despistado y sin guitarra, tiene detalles socarrones no aptos para cualquier audiencia; es complicado porque las entrañas de sus palabras guardan la ferocidad de la razón meditada, asimilada y expuesta sin tapujos.
Dan ganas de hacer una casa de citas con sus frases:
“No es el crimen organizado el que más agrede a los periodistas, el crimen organizado es el que asesina; 7 de cada 10 agresiones contra periodistas provienen de la autoridad.”
“Hace unos meses en Tlaxcala, el alcalde de Apizaco sacó a golpes a un colega reportero, lo metió a la cárcel y todavía se metió a la celda a seguirlo golpeando. ¡Y nadie hace nada!”
“Hay un clima de impunidad que viene desde el estado.”
“Tienes que demostrar que la agresión que sufriste fue en el ejercicio de tus funciones, o sea que si a las dos de la mañana llega alguien a ejecutarme ya valí; no habrá investigación porque técnicamente no estaba ejerciendo como periodista. No podemos confiar en la Fiscalía[2].”
A uno se le abren mucho los ojos cuando escucha a Andrés Arturo. Como dice mi amigo Jorge Ortiz, es un verdadero alivio escuchar en boca de otro los propios pensamientos porque nos viene a confirmar que estamos en lo cierto, pero el alivio se convierte en placer cuando esas razones contenidas, por una u otra razón principalmente económica, en la caja de pandora que todos llevamos dentro son pronunciadas frente a las personas correctas.
Andrés Arturo habla y con toda la maldad de los virus su discurso se propaga por el organismo de quienes sin darnos cuenta ya estamos deseosos de comprar su libro: Manual de Autoprotección para Periodistas[3].
No puedo decir que su pensamiento sea original, mentiría si lo hago. Se trata de algo más importante, un pensamiento colectivo.
Las ideas que se expresan con originalidad corren el riesgo de caer en la retórica y de ahí a lo ininteligible solo hay un paso.
El pensamiento colectivo en cambio es como una artesanía producida en serie que posee la apariencia de lo común y está fabricada con la pasta de lo solidario. Es el ideario colectivo el que forma el espíritu del canto nuevo, la denuncia sin guardar otra forma que la del sentido común; la carga contra las imposiciones y las injusticias legalizadas y la pasión del intelecto para responder con razones a los insultos de quienes detentan el poder.
¿Y qué es la autoprotección para periodistas? Pues situar a ese personaje de la vida pública que anda por la calle grabadora en mano en un terreno hostil para el ejercicio de su oficio sin dejarle toda la chamba de cuidarlo a la buenaventura.
Los hostiles, de acuerdo con Andrés Arturo, se dividen en dos bandos: el primero lo integran los fundamentalistas organizados que el día que lo deseen pueden decapitar a un  periodista; el segundo, los totalitaristas elegidos por la vía del voto que el día que así les nazca pueden amedrentar a un periodista.
Pero las dificultades del periodismo comienzan desde casa, en el matrimonio por conveniencia que firman el empleado (el periodista o reportero) y el empleador (la empresa).
Andrés Arturo lo explica del modo siguiente: “Para la gran mayoría de las empresas de medios somos mercancías. Yo sé que no es fácil administrar un medio, pero las grandes empresas, las que generan grandes ingresos por publicidad, cuyos directores tienen escoltas y carros blindados, esos empresarios no les dan seguro de vida ni de gastos médicos a sus trabajadores. Nosotros tenemos que comprar las pilas de la grabadora y de la cámara, pagar los pasajes y los zapatos que gastamos.  ¿Cómo podemos pensar en el respaldo de los medios si no nos lo dan? Luego viene la amenaza: ni la hagas de pedo porque haya afuera hay cinco gueyes que por tres pesos quieren tu chamba. Y mientras más viejos, más vulnerables somos.
Un enemigo más intimo, más cercano y que respira al mismo tiempo que él, es el propio periodista: “Creemos que porque somos periodistas podemos llegar a charolerar a todo mundo, pasarnos el alto y doblegar  al agente. Hemos perdido de vista algo elemental: No somos ciudadanos especiales, no necesitamos ningún trato preferencial. El asesinato de un taxista debe investigarse exactamente igual que el de un periodista. No necesitamos que se federalicen los delitos contra los periodistas ni que se aumenten las penas. Se han cometido más de 80 asesinatos de periodistas de 2004 a la fecha, hay 14 colegas desaparecidos y se registran cada año 150 agresiones en contra reporteros y no hay nadie en la cárcel. ¿De qué sirve que se castigue con 70 años a los asesinos de un periodista si no los agarran, si lo que hay es impunidad? No somos especiales. A quienes les dijeron que somos el cuarto poder y se lo creyeron los engañaron vil y gachamente”.
Finalmente, Andrés Arturo resume el contenido de su libro en un pensamiento colectivo y práctico que ocupa, junto a los sueños clásicos del periodismo teórico, un lugar destacado en el top ten de los decálogos periodísticos: “Las balas también nos matan, las pedradas en las manifestaciones también nos pegan, ninguna nota vale la vida”.
Después de escuchar a Andrés Arturo Solís, autor del Manual de Autoprotección para Periodistas queda en la boca el sabor de aquel proverbio argentino de protesta que dice “las cosas se cuentan solas, sólo hay que saber mirar”[4].
Falta agregar que el trabajo del periodista es simplemente contar historias, tarea que exige, además de inteligencia y un estilo claro y preciso, una dosis exacta de valor.


[1] Digo esto siguiendo una idea de Carlyle de que los rasgos faciales reflejan las principales virtudes de las personas: La firmeza del mentón que sostiene la dureza de juicios de un individuo; la profundidad de sus cuevas oculares como explicación de la agudeza de sus observaciones.
[2] Habla aquí de la Fiscalía Especializada en la Atención a Delitos cometidos contra Periodistas de la Procuraduría General de la República y sus absurdos.
[3] Edición de autor costeada “sin el apoyo de ninguna asociación de periodistas”, según palabras de Andrés Arturo.
[4] Coplas a mi país a de Piero de Benedictis.