miércoles, 17 de febrero de 2010

Es el amor

Este miércoles se realizó en el Icocult Laguna una lectura de poesía y similares en la que participaron Daniel Maldonado, Enrique Sada, Paulo Gaytán y un servidor, todos convocados por la institución lagunera, por no decir gomezpalatina, que responde al nombre de Jaime Muñoz Vargas, juez y parte de los procesos individuales a los que fue sometido el vocablo del que Borges huía. El siguiente es el texto presentado por este bloguero de afición, amigo de las erratas.

“Es el amor, tendré que ocultarme o que huir”

Jorge Luis Borges

Si alguien me preguntará ¿quieres amar? le diría que no. Si solamente se tratara de revolcarse como animales en el cuadrilátero de las llaves y caricias, aplicando hurracarranas y mordidas a destajo, órales, va. Amar no me apetece.

Si alguien me preguntará ¿has amado alguna vez? respondería con cierto pesar que sí. No me gusta deshojar la margarita del ya no la quiero es cierto pero cuanto la quise. El conjuro de la evocación revive a los muertos, llámense sentimientos, pasiones, fórmulas indescifrables del corazón.

¿Cómo sabes qué amas a una persona? Esa pregunta tiene varias aristas, y cada punta ofrece una respuesta distinta. Hay que explorar un poco en el por qué. Si hablamos de mi madre, cualquier artificio resulta insuficiente para dar una idea de la belleza de ese amor. Las palabras palidecen como piedras celestes que solamente reflejan la luz de un astro más alto y luminoso. Quizá sirva de algo la siguiente confesión: Escribir me convierte en un torpe egoísta, malhumorado eterno, y mala persona en lo general. El trance de la escritura llega a ser tan profundo que la mínima distracción me pone en un estado demencial cercano a la tentativa de homicidio. Sin embargo, cuando mi madre interrumpe el curso de las letras sobre la hoja, mi sed de venganza se transfigura en paciencia infinita, en tolerancia pura, y hasta sonrío ante sus dichos en apariencia intrascendentes como “ya está la comida”, “fíjate que me contaron”, o “búscate un trabajo”.

Los hermanos son otra debilidad y fortaleza de mi ánimo, pocas cosas me duelen como sus malestares y fracasos, pocas cosas me alegran como su éxito y prosperidad. Tengo tantos recuerdos que agradecerles y tan poca memoria para conservarlos íntegros que su sola presencia infunde en mi espíritu bienestar y seguridad. Nos une, además de la raíz consanguínea, ese proyecto de presente a largo plazo que es el cuidado mutuo.

La amistad como una de las formas del amor merece comentarios relajados porque la mayoría de las veces está contaminada de interés. He prestado dinero y no me han pagado, me han prestado dinero y sigo fingiendo lagunas mentales. Con el deudor del primer caso, y con el acreedor del segundo, el trato no ha variado a lo largo de los años. La valiosa lección extraída de tales circunstancias es “no hay fijón”. La amistad se demuestra y para ello, nada mejor que responder el teléfono a las tres de la mañana, y salir de casa con el atuendo de las grandes ocasiones, chanclas, short y camisa interior, al auxilio del amigo varado en algún oscuro rincón del periférico en compañía de la condicionante femenina que solicita extrema discreción. El signo de amistad aumenta su valor si vamos al rescate con la esperanza de encontrar en el camino un par de cables para pasar corriente.

La sabiduría popular expone: “Nunca falta un roto para un descosido”. Aunque esa unión de tipos desperfectos hace referencia al hallazgo de la pareja compatible con las fobias y manías de cada quien, no deja de sorprenderme que un trozo de naturaleza, un simple árbol fascine a una inteligencia humana al grado de que está acceda a cuidarlo, hidratarlo y hasta sea capaz de encadenarse a él para evitar que los dientes acerados del progreso lo reduzcan a ínfimo aserrín. La misma postura de asombro se manifiesta en los casos de animales endémicos y objetos como libros, especies en peligro de extinción por causales como el abuso o el desuso.

El amor a la vida suena tan cursi que su sola mención parece odiosa, pero en estos días en que privarse o ser privados de la existencia es resultado de circunstancias triviales como cruzar la calle en ámbar o atravesarse en el camino de un disparo, considero importante apreciar en una dimensión superlativa la suerte de estar vivos. Con tremenda sinceridad Paul Bowles asegura en El cielo protector que “nada de lo que se dice de la muerte, se parece a la presencia de la muerte”. Una verdad igual de contundente se revela en el sentido opuesto: “Nada de lo que se dice de la vida, se parece a la presencia de la vida”.

Con respecto al amor de los enamorados ya se ha escrito muchísima literatura a lo largo de todas las épocas y afortunadamente las cavernas del corazón siguen produciendo suficiente mineral edulcorado, amargo, puro y tóxico para deleitar el paladar de nuestras almas. Si un día le perdemos el gusto a ese alimento, que la mortaja se apiade de nosotros.

1 comentario:

  1. Uno vuela como diente de león con tus letras...bien por ese corazón tuyo que produce ese viento en el que uno se desliza...


    saludos.
    Criss

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