domingo, 31 de enero de 2010

El Santos en la Dimensión Desconocida

La de cosas que tiene el fútbol: Pacheco, la joya ofensiva del Atlas, acabó jugando de portero. Vuoso y Quintero desperdiciaron todo lo que les cayó de frente al arco. El resucitado Zepeda y un Botinelli que abusó de Arce, adelantaron al visitante. Peralta, el de los segundos tiempos, redujo distancias en la compensación.

Ludueña sigue perdido, igual que medio Santos. Los cuatro delanteros santistas más Lacerda en ataque no pudieron rescatar un partido en el que los rojinegros supieron pegar en los momentos adecuados.


Al minuto 83, el partido dejó en claro que se desarrollaba en otro sitio, en la Dimensión Desconocida, pero ni en ese extraño lugar donde ocurren las cosas más extraordinarias, como la de un delantero jugando de portero, el Santos pudo rescatar el resultado. Un par de aciertos del visitante en la primera parte fueron suficientes para darle rumbo a un juego que se antojaba ideal para que los guerreros conservaran la condición de invictos. Y es que siempre que el Atlas llegaba al Corona, era un día de campo sobre el césped, y de fiesta para los aficionados, no la pesadilla de un Zepeda resucitado, al que una voz extra terrena le ordenó: “levántate y anota”. Y eso hizo el exsantista cuya única acción celebre enfundado en los colores verdiblancos fue agredir a un comentarista y así le dejamos. Al minuto nueve, una réplica del gol de Luis Gabriel Rey, en la jornada inaugural frente a Monarcas: tiro de esquina, balón a primer poste y haciendo recorrido de portero, Zepeda se descubrió sólo en el área chica, entre Vuoso, que no saltó para no hacer un esfuerzo inútil, y Uriel Álvarez, tan lejos del ofensor como de la seguridad que llegó a darle Rafa Figueroa a la zaga santista. Miguel Zepeda remató girando el cuello lo suficiente para vencer a Oswaldo. De esa manera, el compromiso se ponía cuesta arriba. Pero a nadie le apuraba la desventaja, después de todo, el equipo que estaba enfrente era el Atlas.
Ludueña, perdido en el frente de ataque, defiende caminando y ataca en neutral. Por el centro, por las bandas, es lo mismo, Daniel sigue en busca del autoconocimiento que le permita recuperar aquel toque de Midas que todo lo convertía en gol o en pase a gol. Cuando el “Hachita” no carbura, la maquinaria santista no camina hacia adelante y eso permite que se exhiban las carencias al moverse en reversa. Si a eso le agregamos que este domingo la locura se apoderó de los Guerreros en la forma de un Lorito desaparecido en medio campo, desconocido al ataque, reconocible únicamente por su aversión a meter la pierna; un Arce confundido, cuestionándose su lugar en el mundo, su propósito en esta vida, su función en el parado del equipo. Fernando y sus dudas, ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, demencia temporal que encontró su manifestación más perversa en un penal irrefutable sobre Botinelli que se cansó de driblar rivales y al intentar la pared abusó del desconcierto del “Pipa” Arce, le ganó la posición y lo obligó a cometerle un penal del tamaño del TSM con todo y vías de acceso. Botinelli lo fabricó y también lo cobró, con un disparo al centro que Oswaldo ocupado en lanzarse a su izquierda, no pudo detener.
Pero si de locos se trata, nadie como Vuoso, que sigue luchando en plan kamikaze, arrojándose sobre los defensas en busca del balón. Tristemente ninguna de sus intentonas tuvo final feliz. Una pincelada de Ludueña, la única del partido, dejó al “Toro” de frente al arco y el pampero naturalizado, en lugar de fusilar a Barbosa se entregó a la meditación y el sosiego, dando opción a la defensa de barrerse y despejar el balón.
Con el “Toro” afligido, comenzó el espectáculo de Quintero, otro loco genial. El colombiano, que saltó de titular, hizo una excelsa demostración de que la falta de cabello es bastante molesta cuando uno quiere arrancarse puños de pelo. Al 37, Mares se cansó de representar ese papel de lateral sin mayor peso en el juego para recentrar un balón que dejó a Darwin cara a cara con el gol. Bastaba con meter la frente para subir el empate al marcador, pero el ¿remate?, se orilló a la orilla.
Al comienzo del segundo tiempo, el “Pipa” demostró que aún las mentes más confundidas muestran signos de recuperación, disparó desde fuera del área, hiriendo al defensa que salió al paso. Lamentablemente, el rebote le cayó a Darwin, que no traía ganas de ser héroe. Con el portero vencido, el marco abierto y el balón botando, el colombiano sacó de la chistera un disparo digno de platicar con el terapeuta. Al 65, el Atlas pudo sentenciar el partido, pero Gonzalo Vargas, sólo frente a Sánchez, hizo de Quintero y mandó su remate fuera del campo.
Al 83 sucedió otro de esos impensables que sólo puede concebir una mente maestra del suspenso. Con el partido resuelto y el tiempo en su recta final, Barbosa se hizo expulsar por hacerle al loco en un despeje. El Atlas ya había agotado sus tres cambios y la joya de la cantera visitante, el joven Pacheco, se puso los guantes y ocupó el lugar vacante bajo los tres palos. Al minuto 44 se reanudó el encuentro y Germán Arredondo anunció ocho minutos de compensación. Así comenzó un minipartido de los guerreros contra nueve atlistas y un arquero improvisado. Dos minutos después, en pelota parada llegó la primera ocasión de gol y Oribe, el de los segundos tiempos, dio aliento al local, rematando frente a Pacheco un balón cubierto de mantequilla. La reacción no alcanzó, los cuatro delanteros más Lacerda no pudieron crear otra opción de gol y Arredondo sentenció el final de juego, que no de la pesadilla de unos jugadores y su técnico Romano atrapados en la Dimensión Desconocida, una especie de infierno donde todo es posible, incluso que el Atlas le gane al Santos.

miércoles, 27 de enero de 2010

Los camiones y otras montañas rusas

Una mañana ya lejana, mi hermano y yo abordamos un carrito de metal que formaba parte de un gusano no apto para menores de un metro con 40 centímetros. Con la ayuda de una cadena que lo jalaba, el férreo gusano, cargado con el peso de infantes y adultos, subía una cuesta pronunciada. La escalada mecánica dejaba observar el techo verde y mágico de Chapultepec. En lo alto de la curva se alzaba un letrero que decía: Favor de no sacar las manos fuera del carro. Terminé de leer el mensaje justo a tiempo, antes de entrar al vértigo de una caída libre monumental, con ráfagas de hasta 200 kilómetros por hora. Los gritos apagados por la velocidad eran la mejor prueba de la emoción de un estatismo del cuerpo sometido a curvas y cuestas dinámicas que explotaban en la medida de lo humanamente soportable, tres o cuatro minutos de frenético recorrido. Terminado el vertiginoso trance, fui víctima del síndrome de la Montaña Rusa, acabé con el cerebro en el estomago y con el órgano digestivo en el sitio de los pensamientos. Como no quería irme a la casa con popó en la cabeza, tuve que subirme de nuevo al juego mecánico para devolver cada cosa a su lugar.
Años después una amiga me preguntó si ya había ido a una de las ferias tradicionales de La Laguna, su plan le funcionó inmediatamente pues, aunque no tenía ganas de ir, la invité en seguida. Desde la entrada se alcanzaba a distinguir un pequeño cerro que se vendía como Montaña Rusa, así que le saque la vuelta. Después del “ratón loco”, el “martillo” y otros tantos aparatos promotores del vértigo moderado, mi compañera y yo nos animamos a subir en el trenecito, como de Bosque Venustiano Carranza, del pequeño cerro. La curva ascendente prometía alguna emoción, no había letrero de advertencia. Dos minutos después terminó el paseo. Tranquilos, relajados, descendimos del armatoste, a mí me dieron ganas de cenar, ella aceptó, hacía frío. Como si fuera necesario expresarlo, ella dijo: ¿qué chafa, no? En mi papel de juez severo comenté: un San Joaquín va más rápido que esa cosa.
Y no era broma, desde que mi madre me despertaba para ir a la escuela, he abordado cientos de veces los autobuses de la línea San Joaquín. Con el paso del tiempo también conocí los andares de otras rutas urbanas como Campo Alianza, Ruta Sur verde y amarilla, Ruta Norte, Jacarandas y las naves interdimensionales, a últimas fechas metropolitanas, aglutinadas en el término genérico de Torreón-Gómez-Lerdo.
En la ruta San Joaquín, había un chofer que se hizo dueño de una franja de mi memoria. Nunca supe su nombre, pero sus facciones cadavéricas, los ojos inyectados con llamas, la frente pequeña, el pelo aplastado, se conservan intactas en el recuerdo, englobadas en el rojo apodo de “el Diablo”.
Con temor conductual abordaba la vieja unidad de ese notable personaje. El camión tenía un piso de lámina lleno de remaches. Los asientos eran unas colchonetas negrísimas que mostraban sus entrañas de esponja. Incluso había agujeros en el suelo y se alcanzaba a observar lo que creo, era el árbol de levas del transporte. Una que otra vez, el humo que, supongo, debía salir por el escape, formaba una nube en el interior del autobús, como si todos los pasajeros fuéramos fumadores compulsivos de diesel. Apenas le entregaba los cincuenta centavos, y al segundo siguiente ya estaba hasta el fondo del autobús impulsado por la velocidad con la que “el Diablo” se arrancaba. Si conseguía acomodar mi estudiantil humanidad en algún asiento, había un tormento al acecho, el de los bordos. Es increíble que desde aquellos años los mismos bordos persistan, como los vecinos de siempre.
Al dar una vuelta sin precaución, el chofer nos movía de allá para acá sin consideración alguna, pero lo más terrible era pasar a gran velocidad los bordos más bestiales que pudo concebir la imaginación de sus creadores, rampas de vuelo que levantaban los traseros de los pasajeros al menos cinco centímetros sobre el nivel del asiento y que provocaban el grito unánime y enfurecido: “No somos vacas”.
Un día, al descender del camión para ir a la primaria, vi una bola de gente a mitad de la calle. Eran 20 personas más o menos formando un círculo curioso, todas mirando al suelo, mientras a unos metros un camión permanecía detenido, como un elefante verdiblanco sin fuerza motriz, mero cascarón sin vida. Mi mente infantil no atinó a comprender qué pasaba. Crucé la avenida 20 de Noviembre y entré a la escuela. La maestra Esperanza estaba triste, se notaba que tenía ganas de llorar y no nos decía que abriéramos el libro o mostráramos la tarea. Antes de que dijera algo nos sacaron al patio, aunque no era lunes ni día festivo, y por tanto, no había acto cívico. El director Miguel Ángel tomó el micrófono y en lugar de entonar el himno nacional, nos dijo que un compañero acababa de sufrir un accidente. Nos pidió que tuviéramos cuidado al cruzar la calle, que viéramos hacia los lados. Al parecer, a escasos metros de la puerta, el niño soltó la mano de la abuelita y saltó al pavimento como un pastor corriendo a su Belén sin imaginar que ese mismo día lo iban a velar. La imagen fue tomando consistencia, el grupo de gente, las miradas fijas en la materia inerte embarrada en el suelo, el autobús que no era ningún elefante inofensivo sino un arma homicida. Es una lástima que 20 años después “el Diablo” siga entre nosotros. (Continuará…)

domingo, 24 de enero de 2010

Tribus fumaron la pipa de la paz

En el estadio Olímpico Benito Juárez, el cero a cero fue justo castigo para unos Indios que lanzan flechas con punta de cuchara. Los Guerreros demostraron por enésima vez que son generosos con el desvalido.

Un Santos preocupado porque su rival sumara hizo un partido a la medida del conjunto local. Su poca ambición le redituó un punto, a primera vista malo, que resultó bueno por la expulsión de Juan Pablo Rodríguez.

¿Qué resulta de mezclar a dos equipos cautos, más preocupados por no perder que por ganar? Pues 90 minutos de un Indios contra Santos en el que las mayores emociones se produjeron en los tres cuartos de cancha. Y es que un regate de Ludueña, una descolgada de Emil Martínez, los lujos de Vouso, los intentos de Jair García, sucedían ahí, lejos del área contraria y aunque hacían soñar en algo más, una ocasión clara de gol al menos, nada sucedía.
Las dos tribus se portaron muy civilizadas, como si adentrarse en territorio enemigo fuera la violación de un tratado de paz. Un Peralta desconocido como titular, distinto al genial relevo del domingo pasado, sólo era reconocible por su andar voluntarioso. En mucho influyó que el lagunero haya salido con el reloj descompuesto, llegando tarde a los momentos importantes.
El Santos hizo lo que pudo para ayudar a los de Ciudad Juárez a romper su racha de 18 partidos sin ganar: rebanó balones en defensa y cuando no lo hizo, entregó la bola en la salida, también dejó centrar desde las bandas y abrió la puerta a los tiros desde afuera del área, pero todos los signos de buena voluntad de la visita fueron malinterpretados por los locales, que armaron un trueque bajo el entendido de que error con error se paga.
El primer tiempo pudo evitarse, no obstante, el requisito de mencionar algo como lo más destacado obliga a relatar que al minuto 15, Santibáñez pagó su baja estatura, cuando un centro se paseó por toda el área santista sin encontrar un rematador, en este caso, el examericanista era el que tenía mejores chances de conectarlo. Daniel Ludueña traía ganas de jugar, de inmediato se nota cuando se pone a proteger el balón a mitad de cancha, matando el ritmo, y luego se da la vuelta para salir disparado hacia la meta enemiga. Sin embargo, el director de orquesta apodado el “Hachita”, no encontró eco en sus músicos de la vanguardia, un Oribe y un Matías, copados por defensas.
Si algo hay que agradecerle a los Indios es que lo intentaron. ¿Qué les faltó imaginación? Pues sí, es verdad. ¿Qué lanzaban flechas con punta de cuchara? Pues también, pero al menos no dejaban de correr, de buscar. En todo momento, la historia siguió un guión repetido hasta el cansancio en los rectángulos futboleros, el del equipo que quiere pero no puede, y el del conjunto que puede, pero no quiere.
Jair García, rescatado de quién sabe dónde por la tribu fronteriza, se aguantó las ganas de anotarle a su ex-equipo. El “Lorito” Jiménez hizo de de punto medular desde el que se abría a izquierda o derecha el juego santista. Pero si hay alguien que merece una mención aparte ese es Juan Pablo Rodríguez, quien hizo de todo en este partido: corrió la milla, quitó balones, se equivocó en la salida, metió la pierna fuerte, recibió faltas, se hizo amonestar, etc, etc.
Como las delanteras juarense y lagunera se cuidaban de inquietar a los porteros, fueron las defensas de cada conjunto las encargadas de ponerle pimienta al partido, de esa suerte, Malagueño y Juan Pablo Santiago, demostraron contar con la pericia suficiente para crear peligro en propia meta. Sin embargo, la ausencia de elementos ofensivos en las áreas desvaneció cualquier opción de peligro creada por los yerros defensivos.
En el segundo tiempo, Romano sustituyó a Vuoso con Ochoa. El debutante santista, Jonathan Lacerda intentó hacerse notar al frente aunque sin resultados. Al minuto 69, con el partido sumido en un letargo, el árbitro Jaime Herrera, consciente de que faltaba espectáculo, expulsó a un Juan Pablo Rodríguez empeñado en hacerse notar, así acabó de forma anticipada para él un partido en el que se esmeró en ser protagonista. Los Indios se sintieron atizados por la expulsión y fueron para adelante, entraron Alain Nkong y Daniel Frías con la misión de aprovechar la superioridad numérica, sin embargo, cuando uno u otro lograba superar a un defensa se encontraba con el obstáculo de otro compañero o la ausencia de rematador para sus pases y ahí moría el peligro.
Al 76, Oswaldo sacó a contramano un disparo de Carlos Días y a partir de ese momento, las tribus firmaron la pipa de la paz. Ochoa se dedicó a naufragar en la delantera lagunera, Peralta se puso a hacer de Juan Pablo Rodríguez y de Ludueña, pero se olvido de ser Oribe. Los Indios, se apresuran a volver a la liga de ascenso, el lugar ideal para recordar lo que significa un triunfo, y los Guerreros demostraron que, en su versión romana, siguen siendo un conjunto generoso con el desvalido.

martes, 19 de enero de 2010

Ay no señor

Disculpe usted, señor,
no era mi intención, señor,
el suben bajan, bajan suben, me vuelve loco, señor,
usted se atravesó, señor,
la luz estaba entre amarillo y rojo casi verde, señor,
fue un accidente, señor,
¿no me escucha, señor?
El bastón inerte, señor,
el sombrero vacío, señor,
esos huesos partidos, señor,
ese charco de sangre, señor,
son suyos, señor.
Y todos los curiosos, señor,
esos que nunca lo ayudaron, señor,
hoy tampoco lo ayudan, señor.
fue un accidente, señor.
Las sirenas ya vienen, señor,
no desespere, señor,
¿no me escucha, señor?
No levante la vista, señor,
estoy avergonzado, señor,
disculpe usted la prisa, señor,
traía el reloj encima, señor.
Diga algo, señor.
Esa mancha en su espalda, señor,
es de mi llanta, señor,
fue sin querer, señor,
ya lo rompí, señor,
ay no señor.

domingo, 17 de enero de 2010

Peralta fulmina al Monarca

Santos Laguna gana 3-2 en el último segundo a un Monarcas Morelia que mereció mejor suerte. A Oribe Peralta le bastó un cuarto de hora para asistir a Quintero y anotar. El “Lorito Jiménez” hizo el primero. Droguett y Rey hicieron los tantos visitantes.
La expulsión de Fernando Salazar en el descuento parecía detalle anecdótico y se convirtió en clave del triunfo. Los guerreros inician el Torneo Bicentenario 2010 con una victoria en su territorio.
Torreón, Coah. 17/01/2010
No hacían falta poderes extrasensoriales para percibir las malas vibras en el TSM. Fresco estaba el recuerdo de Mauricio Romero, líder de la zaga visitante, rematando en el área para sentenciar la eliminación de los laguneros en la liguilla. Ahora, Santistas y Monarcas inauguraban la campaña luego de haber pasado una quincena de enero diametralmente opuesta : los guerreros, con el sinsabor del interligas; los pupilos de Tomas Boy, sin haber jugado gran cosa en la pretemporada.
Los jugadores de ambos equipos andaban con calma, dándose lujos, todos equivocados, en el toque hacia adelante, sin arriesgar atrás. Tiros de esquina y cobro de faltas eran las únicas vías para inquietar a los porteros. Ludueña, Vuoso y compañía no conseguían hilvanar sino intentonas que se morían en los tres cuartos de cancha. Las bandas de los visitantes con Elías Hernández, por derecha, y Hugo Droguett, por izquierda, lucían mejor, pero tampoco lograban mucho. Estaba claro que si llegaba alguna alegría o tristeza al TSM lo haría por la vía de la táctica fija. Y así fue. Al minuto 31, en un tiro de esquina, Luis Gabriel Rey aprovechó que los defensas se olvidaron de marcar para mandar la de gajos a la derecha de Oswaldo Sánchez y arriba de Juan Pablo Rodríguez, que cubría el primer poste. Los guerreros quisieron despertar, aunque les fue difícil, daban la impresión de seguir en la pretemporada. Además, los visitantes pasaban la bola de un lado a otro, sin permitir más emoción que la rechifla del público al final del primer tiempo.
El torneo del Santos comenzó hasta el segundo tiempo, con el tino de Walter Jiménez, que al 48 emparejó el tanteador antes de saber si los locales merecían el empate. Para despejar la duda, dos minutos después Elías Hernández, dueño de la banda mientras estuvo en el campo, le ganó la espalda a la defensa, entró al área y sirvió para Droguett. Con Oswaldo vencido y “el Guti” Estrada sorprendido a contrapié, el chileno paró el balón, levantó la cabeza, decidió entre tirar a izquierda o derecha; también hubiera tenido tiempo para tomar un refresco o leer un rato; en vez de eso, decidió meter el gol que adelantaba al Monarcas.
Acostumbrado a remar contracorriente, a veces con buenos resultados, el Santos Romano empezó el asedio. Al minuto 53, un fuera de juego anuló un tiro de Uriel Álvarez que arregló un disparo defectuoso de Vuoso. Al 63, Oribe anotó su primer gol de la tarde, anulado por el abanderado que no vio a un defensa del Morelia habilitar al delantero lagunero.
Al 74, Droguett tuvo una calca de su gol, pero el esférico le cayó a su pierna inofensiva, la derecha, su disparo, débil, rebotó en la defensa, el marcador seguía al alcance del local. Con toda la intención de anular su maleficio de 22 juegos sin ganar en torneo mexicano, Rubén Omar Romano mandó al campo a Carlos Darwin Quintero. Con él colombiano, los santistas tenían en el campo cuatro delanteros. Se llegaron los 15 minutos finales, la cosa pintaba mal, con el Monarcas acumulando gente atrás y el Santos a la espera de que Ludueña sacara el hacha que lleva dentro. Y de repente, Quintero apareció, con una rápida combinación de esas en las que arranca desde la banda y en segundos ya está en el centro del área rematando una pared o en este caso, una triangulación. El colombiano recibió un pase de Oribe que dejó en el camino a tres monarcas. Lo demás fue vencer a Moisés Muñoz con tiro cruzado al segundo poste. Un minuto después el visitante amenazó con volverse a adelantar pero el disparo de Aldo Leao se fue por arriba.
Todo indicaba que dos puntos se escapaban del TSM con rumbo a Morelia, más cuando a Quintero le faltaron piernas largas para rematar una diagonal mortal de Peralta en la compensación. Al 92 con 30 segundos, Fernando Salazar se hizo expulsar, dejando al visitante con10 hombres. Esa acción parecía mero detalle anecdótico, pero se convirtió en elemento clave. La monarquía extrañó el buen juego aéreo de Salazar cuando en la falta cobrada por Ludueña, el balón superó a todos los defensas y encontró la cabeza de Peralta, que movió las redes, esta vez en posición legal. De esa forma, el jugador de casa remató a un Monarcas que mereció mejor suerte y le dio a Rubén Omar Romano y a la afición santista, la primera alegría de tres puntos en el torneo bicentenario.

miércoles, 13 de enero de 2010

3,2,1

No sé por qué las cuentas regresivas son tan llamativas, ni por qué los seres humanos les damos tanta importancia, al grado de convertirlas en un lugar común de nuestros recuerdos como especie. ¿Dígame si no salta a su vista la imagen de un cronómetro, montado en unos cartuchillos de dinamita, o barritas de C4, corriendo hacia el cero mientras de sus entrañas escapan dos tripas, una roja y otra azul, a la espera de que el héroe en turno corte la inminente explosión o nos mande directamente a los créditos finales? ¿Emocionante, no? Pero antes de la utilería y los efectos especiales cinematográficos, seguro que los narradores orales de antaño, capturaban la atención de nuestros antepasados con su relato de la dama en peligro atada a la tabla de la muerte y con el horror fijo en el hacha que pende del techo -lista a repartir su principesca anatomía-, acero cuyo impulso homicida frena una cuerda que es vulnerada poco a poco por esplendida vela chisporroteante; mientras el esforzado rescatador acredita la expresión del toma y daca en su lucha con los guardianes negros de la tenebrosa torre del siniestro villano.
En 2006, Fabio Cannavaro alzó la Copa FIFA en Alemania y puso en marcha un reloj con 1460 días de vida. Para los amantes del balompié, el 2010 será bueno por el simple hecho de que el balón rodará como cada cuatro años, esta vez en tierras sudafricanas, a los pies de los pelés, maradonas y zidanes, hoy llamados Kaká, Cristiano Ronaldo y Messi. Bombardeo mediático mediante, ahí estaremos, en el palco a distancia, sufriendo las narraciones de los comentaristas que nos obligan a silenciar la emisión de los partidos en los torneos locales. Acabada la justa mundialista, los relojes se pondrán en marcha nuevamente. Para atenuar la necesidad de espectáculos globales, las olimpiadas entrarán al quite.
En todo gobierno que se respete nunca debe faltar la pancarta con los dígitos que separan a la administración saliente de la entrante. La cifra puede ir acompañada por alguna frase que le dé sentido a la regresión, a decir “100 días para que termine el mal gobierno” o “5 días para que se vaya a la tostada”, cualesquier expresión, su grado de agresividad o altisonancia, dependerá directamente del éxito que tenga el gobernante en la ardua tarea de fomentar el desprecio hacia su gestión.
Usted, amigo radioescucha cuántas veces ha esperado con ardiente paciencia que se agoten las horas antes de cobrar su salario. Usted, amigo político, dígame si no tiene en el modo de conteo a la inversa, su calendario electoral, a la espera del disparo de salida que inaugura las pre-pre-pre-precandidaturas. Usted amigo fanático de la saga de Tolkien y Jackson, comparta con nosotros sus sufrimientos, su desesperación, sus ansias insatisfechas a lo largo de los meses que antecedieron al estreno de cada cinta de El Señor de los Anillos.
Como los seres humanos ignoramos nuestra fecha de caducidad, el día, la hora, el instante fatídico en que se hará efectiva, se presentan casos como el de Pablo y Laura, terriblemente narrado, y al decir terriblemente quiero decir de forma bella, por Eliseo Alberto en su libro Una noche dentro de la noche. Pablo Lafargue y Laura Marx decidieron que llegar a los 70 años de edad era excesivo y que la vejez no tiene caso, así dispuestos endulzaron con veneno las tazas de café, grande Lichi, y agotaron la cuenta regresiva de sus vidas.
¿En qué se parecen el mundo y una botella de ron cubano abierta en la mesa del café de un grupo de amigos que conviven de forma cotidiana? En que los dos se van a acabar. Y sí, al fin del mundo también nos gusta darle cita. Como el sol todavía va a durar encendido chorromil millones de años y esa cifra supera notablemente nuestra expectativa de vida, le buscamos espacio en la agenda gregoriana. Primero fue el año 2000 que, para decepción de muchos que se agarraron pidiendo prestado, nos dejó vivitos y coleando. Ahora las esperanzas de que este valle de lágrimas se consuma por nocaut le corresponden al 2012 y la consigna es hacer desmadre por un año con 11 meses y empezar a arrepentirnos cuando la cuenta regresiva llegue a 30 días. Tal predicción me mueve a rezo y contrición porque, a diferencia de lo ocurrido con el 2000, es atribuida a los mayas y si hay algo que sabían hacer esos señores inventores del cero, era contar 3, 2, 1, vámonos.