miércoles, 3 de febrero de 2010

Los camiones y otras montañas rusas (Segunda parte)

El camionero, entendido como chofer de ruta urbana en el aquí y ahora lagunero, es un hombre orgulloso de su poder. A bordo de su armatoste, anda siempre adelante, nunca se raja y sigue a cabalidad el precepto de “manejar ofensivamente”.
Una de sus características superlativas es la precisión al acometer espacios reducidos, imposibles para el conductor promedio como meterse entre dos camiones o cambiarse del carril de baja al de alta velocidad en medio de un tráfico feroz son el pan de cada giro del volante para esos especialistas del rebase por derecha. La sabiduría popular dicta: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja cuando tiene pintada su carrocería con las marcas de ruta Norte, San Joaquín, Sur y el resto.
No basta con manejar un camión para ganarse el adjetivo de camionero. Los requisitos generales incluyen desarrollar una mirada desafiante, que no lea más allá de la portada de un reglamento de tránsito, que en las prohibiciones encuentre retos para el motor, el velocímetro y los frenos de la unidad, que aplique a cabalidad la ley de lo no permitido está permitido por mi licencia para escapar en caso de atropellamiento, así adoctrinados, los camioneros perciben los colores primarios de la vialidad bajo un enfoque distinto al del común de los mortales: el rojo significa adelante, el amarillo ordena acelerar y el verde es cuando se mueven los demás.
Para destacar su lado humanitario, basta con mencionar que al ver a un anciano esperando en la esquina, el camionero deduce que lo más sensato, para cuidar el corazón del viejo y no ponerlo en riesgo con el vértigo del viaje, es dejarlo ahí. Permitirle subir es poner en riesgo su salud, acto inadmisible si se aspira a una conciencia limpia y a una jornada libre de boletas de retraso.
La renta es la justificación del caos. Hay que sacar la renta del camión y para ello, el camionero se maneja en extremos desesperantes para el gusto del pasajero cotidiano, tan proclive a la comodidad. Para el pasajero eventual, en cambio, representan meras excentricidades del vulgo. El primer extremo es el complejo Fast and Furious, en alusión a los churros palomeros donde el papel principal lo ocupaba la pericia al volante. En esta vertiente el camionero se convierte en una especie de Superman capaz de superar la velocidad del sonido que hacen los semáforos peatonales para ciegos antes de llegar al cero. El ojo humano es incapaz de apreciar que sucedió primero, el brinco de amarillo a rojo o la ráfaga de fierro motorizado cruzando la esquina de la Acuña. El segundo extremo es el síndrome de Liebre y Tortuga, basta con reseñar que los camioneros pertenecientes a esta escuela de manejo, aceleran, frenan, aceleran, frenan, aceleran aceleran rebasan aceleran, frenan, frenan, se quedan parados, pasan cinco o quince minutos y comienzan a moverse a un milímetro por hora, luego, nuevamente aceleran aceleran, frenan, todo esto entre la subida y el descenso de su único pasajero. El tercer extremo es el principio de Cronos, más que una psicopatía, se trata de un arte místico heredado de generación en generación que permite a quien lo domina alargar el tiempo a su antojo de manera que entre el paso de un camión y otro puede transcurrir un segundo, una hora, incluso una vida.
Sustancias químicas mediante, el camionero puede identificar a sus pasajeros con atributos supra humanos como el oído receptor de frecuencias silbatinas, lamentablemente, los usuarios que no saben chiflar, se la pasan a esperar el siguiente transporte. Otra de las facultades supra humanas de estas heces, perdón, de estos ases del volante, es la disociación cerebral por medio de la cual, una parte de su cerebro se traslada al sistema motriz de algún insecto, casi siempre moscas, aunque también puede llegar a controlar las mentes de especies superiores como “el topo” o “la burra”, que mediante golpes sobre la lámina de la unidad, una forma primitiva de alfabeto Morse, alertan al operador que ha dejado un pasaje varado en la esquina.
Este espacio es limitadísimo para alcanzar a enumerar todas las virtudes, propiedades y rasgos de ese espécimen silvestre al que, para hacerlo asequible, hemos denominado camionero. Por último permítame ponerlo sobre aviso: si usted se topa con alguno, sujétese a su asiento, o aférrese al pasamanos con todas sus fuerzas; si es devoto, persígnese y rece, rece mucho, tenga en cuenta que no hay autoridad, credo ni advertencia que haya conseguido ponerle freno; si no es devoto pero en algún momento a reflexionado y concluido que después de la muerte está la nada o la misericordia, felicítese pues está a punto de salir de dudas; nunca está de más subir al camión ya cumplida la previsión del testamento; si lleva celular y va sentado, despídase de sus familiares y amigos mandando un mensaje en cadena, puede que no tenga oportunidad de hacer otra cosa; como última diligencia tome una sobredosis de analgésicos para hacer menos dolorosa su partida de este mundo, y sobre todo, no olvide disfrutar del viaje.

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