domingo, 9 de mayo de 2010

Consuelo eterno

En el calendario de recetas, chistes y anécdotas, no aparece la historia del pobre que jugó cartas con el diablo. En la última mano, la definitiva, el desposeído, seguro de sus incontestables cinco cartas, puso el resto de su alma sobre la mesa. Mefistófeles respondió con un pequeño botín de oro, en extremo valioso. Los dedos humanos destaparon tres reyes y un par de nueves. El maligno, con desgano, volteo un par de ases y otro par de ases: enfermedad, miedo, hambre y dolor. Era un mazo de cartas especial sin duda alguna. Al verse envuelto en llamas de perpetua altivez, purgando eternamente su deuda de juego, aquél miserable mala suerte recordó que antes de aceptar la oferta del jefe de tantas potencias coronadas había temido morir de hipotermia en el camastro improvisado bajo inhóspito puente. Al amparo de aquella memoria helada su conformidad con el resultado fue en aumento: Aquí no hace frío, no es Cancún pero al menos, no hace frío.

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