miércoles, 11 de noviembre de 2009

Los lutos de la fiesta

Pocas cosas pueden acelerar la conformación de un bloqueo creativo como el confrontarse con una realidad estruendosa, vivir inmerso en un concierto de rock pesado, sometido a las descargas atronadoras de una guitarra eléctrica AK 47. Para disipar esos nubarrones auditivos subo el volumen de las bocinas mientras John Turturro en el papel de Iván Luzhin pronuncia en su doblaje al español: Como dijo el Condenado a Muerte de Puskin: “Procedamos, si es su voluntad”. Todas las felices casualidades, felices porque logró reunirlas, siguen cayendo a pedazos, dando forma al rompecabezas dispuesto en mi mente. Una partida de ajedrez termina con el suicidio de la torre negra y los peones que actúan en contra de su rey blanco, cortando las rutas de escape y facilitando la diagonal del alfil magnicida que da un jaque mate sorpresivo, contundente, inspirado, tres cualidades que hablan de una violencia inteligente, de una genial brutalidad, eso también es arte. Para distraerme de mis obligaciones leo la versión pesimista del mundo, mi atención se estanca en las fotografías con la sangre impresa que da un fúnebre color a las imágenes en blanco y negro. Reconozco esa calle, dos o tres rostros curiosos me resultan familiares, no hay datos de los fallecidos, la parca no necesita credenciales, conoce a las personas y lo más importante, tiene a la mano el reloj de cada uno, hay una historia en la Antología de la Literatura Fantástica de Borges, Byoy y Ocampo, donde un sirviente, digamos de Torreón, no recuerdo con exactitud los nombres pero sí la esencia del relato, pide a su amo permiso para viajar sin demora a, digamos, San Pedro. Expone que se ha encontrado con la muerte y que está lo ha visto feo, el sirviente tiene miedo y por tanto, quiere huir. Se marcha sin demora. Esa misma tarde, el amo se topa con la parca y le reclama por asustar a su criado, ella se defiende, explica que su mirada no tenía la intención de asustar, era un gesto de sorpresa porque su libro de citas indicaba que debía recoger al sirviente esa noche en San Pedro y le extrañó verlo en Torreón a temprana hora. Una vecina comparte sus penas, se murió su perro, se murió su pez, también el teléfono, la cosa está de la fregada, pero no tanto como en el Cementerio de Mascotas, ese nicho de horror donde las resurrecciones son posibles, donde se burla a la extinción del ser con un leve cambio de corte infernal en la personalidad de los difuntos que vuelven a caminar sobre la tierra. “Los fosfatos se justifican” grita Iván Ilych, otro ruso genial, este de Tolstoi, que lleva la muerte antes del nombre. En algún lado leí que la vida es una enfermedad de transmisión sexual, no otorgo el crédito correspondiente porque desconozco al autor intelectual de ese embarazo psicológico, la frase viene a cuento ahora que empieza a degenerarse el proceso vital, porque vivimos en otra época digna de una novela como La Peste, donde los días se reducen al mero ejercicio de la supervivencia, empero falta la mano de Albert Camus para ilustrar el ambiente enrarecido por el tufo temible de la descomposición a destajo y la pequeñez de la existencia humana frente a fenómenos inscritos en el genoma de la naturaleza. No obstante, las causas de la peste moderna son otras, distintas a las regulaciones naturales, tampoco son producto de la mente científica. La ambición, la violencia, la saña, la venganza, demuestran de forma eficaz el valor infinito del sistema numérico, ese invento capaz de contar la eternidad, como se cuentan los caídos.  No debería extrañarme nada de esto, la muerte es parte de la vida. Entiendo las reglas, aún así, no me gusta que se declare muerto a Mario Benedetti, prefiero decir que sufre un bloqueo creativo permanente. Otro difunto reciente es el Estadio Corona, inmueble que murió y se llevó con él lágrimas de tantos y tantos deudos a los que deja desamparados, me pregunto cuántos de ellos dejaron de comer esta semana y se apretarán el cinturón en los próximos días, para estar presentes en la magnífica inauguración del nuevo territorio santista. Salud por nuestros muertos, y digamos fútbol como quien dice "Viva, la vida loca".

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