martes, 2 de marzo de 2010

Lo que es no tener madre

Mazzinger Z y el perdedor irremediable que era el doctor Hell; el Gran Hutch y su esquiva peregrina madre; Thundar el Bárbaro y su sensacional mundo postapocalíptico; los Thundercats y Mumrra, la inmortal momia con baja autoestima; los Halcones Galácticos y el chichichi maestro; las cápsulas animadas de Cantinflas –inolvidable el ahhahhhhhahhhah que se escuchaba mientras el arquetipo del peladito se deslizaba por alguna construcción del tipo patrimonio de la humanidad—; el permanente conflicto, con hija de por medio, entre papá Mongo y Flash “Gandalla” Gordon. Esos son algunos títulos que recuerdo de mis infantiles años A. de C., antes de los Caballeros del Zodiaco. Otras series como Heidi, La Princesa de los Mil Años y Candy Candy, son desconocidas para mí por la sencilla razón de que sonaban a caricaturas para niñas.
Mi hermano es un nostálgico de cepa virulenta y de cuando en cuando me contagia con su afición a revivir los clásicos de nuestros primeros años frente al televisor. Por obra y gracia de las colecciones en DVD, ha llevado hasta la comodidad del hogar varias de las historias mencionadas, listas para ser reproducidas sin cortes comerciales.
La última de esas nostalgias revividas fue “El niño de nadie”, mejor conocida como “Remy”, un infante creado por la imaginación de Héctor Malot, escritor francés culpable de algunos de mis llantos más profundos. Y es que Remy es una historia no apta para personas con problemas de corazón de pollo. Desde los zapatos de piel madera hasta la punta del más largo de sus cabellos, ese niño era el sufrimiento encarnado. Luego de haber visto de nueva cuenta sus peripecias y duelos, a cual más devastador, me doy cuenta de que tenía bloqueados, genial mecanismo de defensa, muchos de los pasajes de esa “caricatura infantil”, fácilmente equiparable a un tsunami psicológico.
Sí, recordaba las cumbres de la pena sufrida por ese niño, pero los picos menos altos, permanecían ocultos bajo el velo del olvido herrumbrado. Un recuento sencillo de los primeros episodios bastará para ilustrar esa cordillera de dolor que atraviesa el “hijo de nadie”. Primero, Remy es un niño que vive con su madre en un pueblo rural, su única amiga es una vaca, y su padre trabaja en la ciudad. Reciben la noticia de que su padre se accidentó trabajando y comenzó un costoso proceso legal para obtener una indemnización, de manera que si antes les enviaba mensajes con dinero, ahora les escribe solicitudes de efectivo inaplazables. La madre de Remy vende la vaca a un tío que nada más llegando marca su látigo en el lomo vacuno, todo eso frente a los ojos del infante. Luego, el padre regresa derrotado, amargado, con humor de los mil diablos y sin decir agua va le suelta a Remy que él no es su hijo, que lo recogió en la calle y que lo enviará a un orfelinato, linda palabra, me gusta más que orfanato. El pobre niño, sacudido por tantos azotes verbales rompe en llanto. Afortunadamente, el padre adoptivo de Remy cambia de idea, y en lugar de ponerlo bajo la tutela del estado, se lo vende por 40 francos a un artista ambulante. Sin despedirse de su madre postiza, que para tal efecto había sido enviada a buscar moras a la aldea, Remy comienza un viaje en calidad de mozo de su nuevo amo, Vitalis, un anciano que regentea a tres perros y un mono amaestrados. Al lado de Vitalis, Remy descubrirá que en la vida, además de hambre, pobreza y dolor, también hay vejaciones, impiedad, injusticia, enfermedad, muerte, y más muerte, un cúmulo de sufrimientos en busca del título del peor de todos. Claro que tanta desventura tiene utilidad, o dígame si treinta minutos de entretenimiento lacrimógeno por episodio no se agradecen.
Le doy la razón a Enrique Serna cuando dice: las caricaturas me hacen llorar. Y es que ver Remy durante tres horas seguidas es una permanente invitación a terminar con todo de una buena vez, apretando el stop del reproductor y yendo al baño a desahogar sobre papel cantidades ingentes de moco y llanto. De aquella serie surgió, hace ya muchos ayeres, una especie de decálogo que se mantiene vigente. Lo odioso de ser Remy: 1.- Si alguien te ama, morirá. 2.- Si alguien te ama, y no muere, acabará en la ruina y/o en la cárcel. 3.- Si alguien te ama y no muere ni acaba en la ruina, es que no te ama de verdad pero sí acabará en la cárcel. 4.- Si aspiras a ganarte la vida de forma honrada, el mundo te empujará en el sentido opuesto. 5.- Si optas por ganarte la vida robando y engañando, el mundo te corregirá a punta de madrazos. 6.- Cuando una familia empieza una pésima racha, los animalitos son los primeros en irse, luego, los viejos. 7.- Si tu mejor amiga es una vaca, seguramente eres adoptado. 8.- Si conoces a una mujer rica y buena que te quiere como a un hijo, y no aceptas que te adopte, ya ni friegas. 9.- Además de la orfandad, lo malo de ser el hijo de nadie, es que, al menos en potencia, eres el hijo de todos. 10.- Si te sentiste identificado con al menos cuatro de los puntos anteriores, ¡en la madre!, eres Remy y seguramente tus otros recuerdos están bloqueados y esos medicamentos que tomas desde niño, y que ya olvidaste para qué son, ayudan a mantenerte más o menos cuerdo. Al final, Remy, tiene un final feliz, soso, ñoño, insípido, como este: FIN.

1 comentario:

  1. Hola, Buenas noches es cierto lo que dices en tu articulo, al parecer estas caricaturas han quedado en el recuerdo de cada vez que nos cuentan de ellas, pero ahora solo puedo decir que los niños crecen con ritmos pegajosos, palabras de doble sentido y desnudos, que dia con dia van fojando la imaginacion de ellos y por eso tenemos muchos delincuentes precoses.
    Buen Artículo, porque en Tórreon nada pasa...

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