viernes, 10 de julio de 2009

El fin

Y entonces miré el cielo, abierto, desgarrado

como un reflejo exacto de la herida en mi pecho.

A pesar de la fiebre sujetada a mi frente con clavos y alfileres

mis brazos se extendieron con una fuerza acaso

menor que la de un niño, para intentar unir

la bóveda violada que empezaba a caerse

como si un mar entero fuera despedazado.

Pero mi fuerza, acaso menor que la de un niño, terminó por ceder,

primero, unos centímetros, luego, vastos kilómetros del firmamento sólido

y lloré.

Lloré porque la noche entraba al mundo a través de aquel corte indefendible,

trastocándolo todo, convirtiendo a cada objeto en su sombra.

La noche, la noche absoluta había llegado

y sus hordas vestidas con un luto uniforme se expandieron por la llanura.

Sitiaron la ciudad, inundaron las calles, treparon por los muros

con la consigna de exterminar toda luz, todo color, que les saliera al paso.

En mi cuarto ya no había centinela,

13 horas antes, la única lámpara se había cansado de quemar carburo.

Un desvanecimiento me hizo cerrar los ojos

y al abrirlos ya estaba conmigo en aquel cuarto.

Era ella, profunda y sorda, la noche y sus acólitos:

el temor y el olvido.

Avanzó lentamente y su tacto en mis pies

produjo un frío distinto, más firme y doloroso, que el de la enfermedad.

Tras devorar mis piernas y sepultar mi vientre

se detuvo en el pecho, examinó la herida y se adentró en mi cuerpo

la sangre que en mi interior ardía se enfriaba poco a poco.

Tomó mi cuello y comenzó a asfixiarme.

Luego, al fijar su mirada infinita en mis pupilas

destruyó las paredes de aquel cuarto y a la ciudad y al mundo que había afuera.

En aquella implosión del universo hubo un instante en que la noche fue vencida.

Algunos fragmentos del cielo demolido recobraron su brillo.

como el recuerdo infantil de una tarde que dio sentido a mi existencia.

Me dormí bajo el farol hipnótico y sereno de una luna sin párpado

Luego, vino el infierno, despertar a un futuro donde ya me esperaba

la mujer que al hallarme sin voz para nombrarla

cerró mis ojos, me dio un beso en la frente y se fue para siempre.

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