jueves, 17 de septiembre de 2009

La respuesta

Mario, sólo tengo dos preguntas que hacerte

Qué hace la doble cruz en tu apellido

También dime, si en verdad estás muerto

Yo no lo creo, no señor,

Soy fiel a la duda del apóstol,

No leer, no creer

Y en tus libros, no he encontrado tu muerte.

Para decir: te has ido, hace falta sentir que ya no existes

Hablar de ti en abstracto

En tono enciclopédico

Quizá volverme experto en enredar tu clara

Horizontal poesía

Hasta volverme loco

Quieto, Mario,

Ya no es hora de que tu voz manifestante

Salga a tomar las calles

Deja en paz esa mancha

Que parece de sangre, nuestra sangre

Esa bondad sonora

en tu verso constante

no pertenece a este lugar absurdo

al final de la fila

donde sólo se escuchan los gritos radicales

desorden que el orden amedrenta.

Mario, dicen que te has quedado sin palabras

Como inerte volumen o mudo manuscrito

arrinconado en el estante negro de un archivo de huesos.

Pero yo no lo creo.

Si te conozco un poco, sólo un poco

Sé que estás escondido a la sombra de un roble

Contemplando la vida amorosa y tremenda

presto a cortar los versos cultivados

en el jardín botánico.

En cualquier parte puedo decir que permaneces.

Te escucho con mis ojos, como dice Quevedo

Al final del poema, donde todos fallecen

Mario, tú alzas la mano y dices: Yo me quedo.

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