Mario, sólo tengo dos preguntas que hacerte
Qué hace la doble cruz en tu apellido
También dime, si en verdad estás muerto
Yo no lo creo, no señor,
Soy fiel a la duda del apóstol,
No leer, no creer
Y en tus libros, no he encontrado tu muerte.
Para decir: te has ido, hace falta sentir que ya no existes
Hablar de ti en abstracto
En tono enciclopédico
Quizá volverme experto en enredar tu clara
Horizontal poesía
Hasta volverme loco
Quieto, Mario,
Ya no es hora de que tu voz manifestante
Salga a tomar las calles
Deja en paz esa mancha
Que parece de sangre, nuestra sangre
Esa bondad sonora
en tu verso constante
no pertenece a este lugar absurdo
al final de la fila
donde sólo se escuchan los gritos radicales
desorden que el orden amedrenta.
Mario, dicen que te has quedado sin palabras
Como inerte volumen o mudo manuscrito
arrinconado en el estante negro de un archivo de huesos.
Pero yo no lo creo.
Si te conozco un poco, sólo un poco
Sé que estás escondido a la sombra de un roble
Contemplando la vida amorosa y tremenda
presto a cortar los versos cultivados
en el jardín botánico.
En cualquier parte puedo decir que permaneces.
Te escucho con mis ojos, como dice Quevedo
Al final del poema, donde todos fallecen
Mario, tú alzas la mano y dices: Yo me quedo.
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