viernes, 16 de octubre de 2009

El río de las cosas

Tan simple, tan sencillo, es el río de las cosas;

ese caudal fugaz donde se juntan los ramales sin fin de la memoria.

Hoy, por ejemplo, recordé aquel guamúchil a la entrada de mi casa;

su olor de vaina fresca, sus frutos como mejillas de una quinceañera.

Luego, ese custodio maduró de más, se hizo viejo y un buen día, se convirtió en cenizas.

Mi primer perro ladraba, comía, dormía;

vivía para reír con su colita, llorar con su colita;

era un cola suelta, y, cuando llegaba con el rabo entre las patas, un hipócrita adorable.

Luego, fue variando sus costumbres:

cambió el paso veloz por un rengueo;

engordó un poco, mucho, demasiado;

hasta que se durmió en un sueño perfecto.

Tan simple es la vida de las cosas:

amanecer, atardecer, anochecer,

amontonar luz sobre luz, sombra sobre luz y sombra sobre sombra.

Ahora que he perdido vitaminas, el gusto por el sueño,

y dedico mis ratos de ocio a derivar conclusiones minúsculas,

estoy cercano a convertirme en mi propio recuerdo.

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