sábado, 5 de diciembre de 2009

¿Para qué sirve una plaza?

Recuerdo mis primeras impresiones luego de leer en internet las notas publicadas en distintos medios impresos de la Comarca Lagunera; la indignación y la molestia multiplicadas como las cabezas de la hidra al descender por la escalera de los comentarios posteados; en época de crisis y con el cambio de partido en el poder a la vuelta, empleados de confianza del Municipio hacían uso de su influencia, su chequera o ambas cosas, para seducir y corromper al Sindicato Minoritario de Plazas y Jardines, cuyos líderes no son de palo y entregaban completito el folio sindical.
Así pensaba hasta antes de mi charla con uno de los involucrados. Cuando aparecieron las listas de los gandallas que, además de la chamba, conservarían sueldos de primer nivel, curiosamente envidioso como es uno, me puse a buscar rostros conocidos entre aquellos nombres expuestos a la denostación pública. Tenía preparados varios lances de humorística agresividad y no estaba dispuesto a desaprovecharlos, aunque debo reconocer que ninguno era particularmente ingenioso, si acaso una parodia de la entrada de Chavela Vargas en la canción Noches de boda, diciendo “Mire a Joaquín señor, ya se sindicalizó, pos que dizque no, pos que dizque sí”.
Por eso no puse objeción a permitir que el primer blanco de mis escarnios, llevara la voz cantante dentro de nuestra charla. Para empezar, argumentó que las sindicalizaciones al final del período de gobierno se han dado al menos en las últimas cuatro administraciones municipales. Explicó que se asigna un número de plazas, 90 por ejemplo, que se reparten del modo siguiente: 30 para cada sindicato y 30 más que son asignadas por el alcalde y que se reparten entre los dos organismos ¿al servicio? del Municipio.
En sus plazas, los sindicatos acomodan a trabajadores de confianza con antigüedad superior al promedio, entendido como un viejo trienio o el primer tetraenio de la nueva era, o sencillamente las subastan por aquello de viva la autonomía. En lo que respecta a las plazas asignadas desde la oficina presidencial, José Ángel Pérez, tiene razón, los ediles que lo antecedieron hicieron lo mismo. La diferencia estriba en que los munícipes anteriores utilizaban esas cuotas para “alivianar” a personas que, por su edad, ya no eran sindicalizables o que devengaban salarios modestos y mostraban eficiencia en su trabajo. Cuando se otorgaba la plaza a un jefe, era porque había desarrollado una buena labor y estaba dispuesto a ser reubicado a un puesto de menor calibre con depreciación salarial incluida. En la actual administración, en cambio, se tomaron en cuenta a jefes y directores que no cumplen con alguna o con ninguna de las características expuestas y que pretenden conservar sus privilegios después del 31 de diciembre de 2009.
Mientras mi interlocutor desmenuzaba sus puntos de vista, me trasladé a un expediente en el archivo de la memoria. Hace cinco años, fui invitado a una sesión de trabajadores sindicalizados en uno de nuestros municipios laguneros. Había cerca de 40 personas escuchando al líder. La arenga era básicamente la siguiente: “aguanten muchachos, ellos (directores y empleados de confianza) nomás van a estar tres años, nosotros nos quedamos, cuántas veces nos han dicho lo mismo, déjenlos que digan lo que quieran, no caigan en provocaciones, así es esto, si ustedes les siguen el juego, los van a correr y ellos van a meter a su gente”.
Ahora me explico la disputa pública entre una sindicalizada de cepa y una exprés. El consuelo de muchos trabajadores es que su jefe sólo estará en el cargo un par de años, luego vendrá otro, quizás mejor, quizás peor, pero al menos tendrá una cara distinta. Aquí no aplica el más vale malo por conocido, la amenaza de otros cuatro años padeciendo la misma voz, el mismo trato de los últimos 1460 días, eso sí calienta.
No defiendo ni a los sindicalizados ni a los de confianza. Si los gobernantes manejaran la nómina municipal con base en criterios de eficiencia y productividad, muchos de uno y otro bando no tendrían la menor oportunidad de conservar sus puestos. Pero eso es harina de otro costal de lodo. Al final de la charla, todavía aventuré mis más sinceras felicitaciones por su recién adquirida estabilidad laboral. El aludido respondió con tono afable, “¿para qué crees que quiero la plaza?”, y a mi gesto, similar al de quien cae en la trampa del cómo hacen los tontos, soltó: “para venderla, valen una lanota”. En ese punto entró la voz en off del locutor diciendo “hay cosas que el dinero no puede comprar, pero una clave sindical no es una de ellas”.

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