miércoles, 13 de enero de 2010

3,2,1

No sé por qué las cuentas regresivas son tan llamativas, ni por qué los seres humanos les damos tanta importancia, al grado de convertirlas en un lugar común de nuestros recuerdos como especie. ¿Dígame si no salta a su vista la imagen de un cronómetro, montado en unos cartuchillos de dinamita, o barritas de C4, corriendo hacia el cero mientras de sus entrañas escapan dos tripas, una roja y otra azul, a la espera de que el héroe en turno corte la inminente explosión o nos mande directamente a los créditos finales? ¿Emocionante, no? Pero antes de la utilería y los efectos especiales cinematográficos, seguro que los narradores orales de antaño, capturaban la atención de nuestros antepasados con su relato de la dama en peligro atada a la tabla de la muerte y con el horror fijo en el hacha que pende del techo -lista a repartir su principesca anatomía-, acero cuyo impulso homicida frena una cuerda que es vulnerada poco a poco por esplendida vela chisporroteante; mientras el esforzado rescatador acredita la expresión del toma y daca en su lucha con los guardianes negros de la tenebrosa torre del siniestro villano.
En 2006, Fabio Cannavaro alzó la Copa FIFA en Alemania y puso en marcha un reloj con 1460 días de vida. Para los amantes del balompié, el 2010 será bueno por el simple hecho de que el balón rodará como cada cuatro años, esta vez en tierras sudafricanas, a los pies de los pelés, maradonas y zidanes, hoy llamados Kaká, Cristiano Ronaldo y Messi. Bombardeo mediático mediante, ahí estaremos, en el palco a distancia, sufriendo las narraciones de los comentaristas que nos obligan a silenciar la emisión de los partidos en los torneos locales. Acabada la justa mundialista, los relojes se pondrán en marcha nuevamente. Para atenuar la necesidad de espectáculos globales, las olimpiadas entrarán al quite.
En todo gobierno que se respete nunca debe faltar la pancarta con los dígitos que separan a la administración saliente de la entrante. La cifra puede ir acompañada por alguna frase que le dé sentido a la regresión, a decir “100 días para que termine el mal gobierno” o “5 días para que se vaya a la tostada”, cualesquier expresión, su grado de agresividad o altisonancia, dependerá directamente del éxito que tenga el gobernante en la ardua tarea de fomentar el desprecio hacia su gestión.
Usted, amigo radioescucha cuántas veces ha esperado con ardiente paciencia que se agoten las horas antes de cobrar su salario. Usted, amigo político, dígame si no tiene en el modo de conteo a la inversa, su calendario electoral, a la espera del disparo de salida que inaugura las pre-pre-pre-precandidaturas. Usted amigo fanático de la saga de Tolkien y Jackson, comparta con nosotros sus sufrimientos, su desesperación, sus ansias insatisfechas a lo largo de los meses que antecedieron al estreno de cada cinta de El Señor de los Anillos.
Como los seres humanos ignoramos nuestra fecha de caducidad, el día, la hora, el instante fatídico en que se hará efectiva, se presentan casos como el de Pablo y Laura, terriblemente narrado, y al decir terriblemente quiero decir de forma bella, por Eliseo Alberto en su libro Una noche dentro de la noche. Pablo Lafargue y Laura Marx decidieron que llegar a los 70 años de edad era excesivo y que la vejez no tiene caso, así dispuestos endulzaron con veneno las tazas de café, grande Lichi, y agotaron la cuenta regresiva de sus vidas.
¿En qué se parecen el mundo y una botella de ron cubano abierta en la mesa del café de un grupo de amigos que conviven de forma cotidiana? En que los dos se van a acabar. Y sí, al fin del mundo también nos gusta darle cita. Como el sol todavía va a durar encendido chorromil millones de años y esa cifra supera notablemente nuestra expectativa de vida, le buscamos espacio en la agenda gregoriana. Primero fue el año 2000 que, para decepción de muchos que se agarraron pidiendo prestado, nos dejó vivitos y coleando. Ahora las esperanzas de que este valle de lágrimas se consuma por nocaut le corresponden al 2012 y la consigna es hacer desmadre por un año con 11 meses y empezar a arrepentirnos cuando la cuenta regresiva llegue a 30 días. Tal predicción me mueve a rezo y contrición porque, a diferencia de lo ocurrido con el 2000, es atribuida a los mayas y si hay algo que sabían hacer esos señores inventores del cero, era contar 3, 2, 1, vámonos.

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