domingo, 24 de enero de 2010

Tribus fumaron la pipa de la paz

En el estadio Olímpico Benito Juárez, el cero a cero fue justo castigo para unos Indios que lanzan flechas con punta de cuchara. Los Guerreros demostraron por enésima vez que son generosos con el desvalido.

Un Santos preocupado porque su rival sumara hizo un partido a la medida del conjunto local. Su poca ambición le redituó un punto, a primera vista malo, que resultó bueno por la expulsión de Juan Pablo Rodríguez.

¿Qué resulta de mezclar a dos equipos cautos, más preocupados por no perder que por ganar? Pues 90 minutos de un Indios contra Santos en el que las mayores emociones se produjeron en los tres cuartos de cancha. Y es que un regate de Ludueña, una descolgada de Emil Martínez, los lujos de Vouso, los intentos de Jair García, sucedían ahí, lejos del área contraria y aunque hacían soñar en algo más, una ocasión clara de gol al menos, nada sucedía.
Las dos tribus se portaron muy civilizadas, como si adentrarse en territorio enemigo fuera la violación de un tratado de paz. Un Peralta desconocido como titular, distinto al genial relevo del domingo pasado, sólo era reconocible por su andar voluntarioso. En mucho influyó que el lagunero haya salido con el reloj descompuesto, llegando tarde a los momentos importantes.
El Santos hizo lo que pudo para ayudar a los de Ciudad Juárez a romper su racha de 18 partidos sin ganar: rebanó balones en defensa y cuando no lo hizo, entregó la bola en la salida, también dejó centrar desde las bandas y abrió la puerta a los tiros desde afuera del área, pero todos los signos de buena voluntad de la visita fueron malinterpretados por los locales, que armaron un trueque bajo el entendido de que error con error se paga.
El primer tiempo pudo evitarse, no obstante, el requisito de mencionar algo como lo más destacado obliga a relatar que al minuto 15, Santibáñez pagó su baja estatura, cuando un centro se paseó por toda el área santista sin encontrar un rematador, en este caso, el examericanista era el que tenía mejores chances de conectarlo. Daniel Ludueña traía ganas de jugar, de inmediato se nota cuando se pone a proteger el balón a mitad de cancha, matando el ritmo, y luego se da la vuelta para salir disparado hacia la meta enemiga. Sin embargo, el director de orquesta apodado el “Hachita”, no encontró eco en sus músicos de la vanguardia, un Oribe y un Matías, copados por defensas.
Si algo hay que agradecerle a los Indios es que lo intentaron. ¿Qué les faltó imaginación? Pues sí, es verdad. ¿Qué lanzaban flechas con punta de cuchara? Pues también, pero al menos no dejaban de correr, de buscar. En todo momento, la historia siguió un guión repetido hasta el cansancio en los rectángulos futboleros, el del equipo que quiere pero no puede, y el del conjunto que puede, pero no quiere.
Jair García, rescatado de quién sabe dónde por la tribu fronteriza, se aguantó las ganas de anotarle a su ex-equipo. El “Lorito” Jiménez hizo de de punto medular desde el que se abría a izquierda o derecha el juego santista. Pero si hay alguien que merece una mención aparte ese es Juan Pablo Rodríguez, quien hizo de todo en este partido: corrió la milla, quitó balones, se equivocó en la salida, metió la pierna fuerte, recibió faltas, se hizo amonestar, etc, etc.
Como las delanteras juarense y lagunera se cuidaban de inquietar a los porteros, fueron las defensas de cada conjunto las encargadas de ponerle pimienta al partido, de esa suerte, Malagueño y Juan Pablo Santiago, demostraron contar con la pericia suficiente para crear peligro en propia meta. Sin embargo, la ausencia de elementos ofensivos en las áreas desvaneció cualquier opción de peligro creada por los yerros defensivos.
En el segundo tiempo, Romano sustituyó a Vuoso con Ochoa. El debutante santista, Jonathan Lacerda intentó hacerse notar al frente aunque sin resultados. Al minuto 69, con el partido sumido en un letargo, el árbitro Jaime Herrera, consciente de que faltaba espectáculo, expulsó a un Juan Pablo Rodríguez empeñado en hacerse notar, así acabó de forma anticipada para él un partido en el que se esmeró en ser protagonista. Los Indios se sintieron atizados por la expulsión y fueron para adelante, entraron Alain Nkong y Daniel Frías con la misión de aprovechar la superioridad numérica, sin embargo, cuando uno u otro lograba superar a un defensa se encontraba con el obstáculo de otro compañero o la ausencia de rematador para sus pases y ahí moría el peligro.
Al 76, Oswaldo sacó a contramano un disparo de Carlos Días y a partir de ese momento, las tribus firmaron la pipa de la paz. Ochoa se dedicó a naufragar en la delantera lagunera, Peralta se puso a hacer de Juan Pablo Rodríguez y de Ludueña, pero se olvido de ser Oribe. Los Indios, se apresuran a volver a la liga de ascenso, el lugar ideal para recordar lo que significa un triunfo, y los Guerreros demostraron que, en su versión romana, siguen siendo un conjunto generoso con el desvalido.

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